Mon cher Abdel, 

yo no estoy enamorada de París. No conozco su sexo, por tanto, tampoco su tratamiento. 

Paris sabe a café negro como los dientes de un clochard
sincero. Un clarinetista me dedicó Sollitude, sonreía al compás del encuentro. En el Père-Lachaise, cénit del recogimiento, me crucé con otro bronceado: Victor Noir descansa empalmado partiéndose el sombrero desde hace años (cientos). Un guardián de almas me vio perdida.

– ¿A dónde va? – preguntó.

– Busco a la Piaf – le respondí.

– ¿De dónde viene? – continuó.

– De Balzac – y enrojecí.

    Se me quemó La Naúsea de Sartre con la chisporroteante ceniza del cigarro del Bouquiniste a quien se lo compré por tres euros. ¡La existencia en llamas a precio de ganga! Simone de Beauvoir se quedó con el culo tieso y artrítico en una terrase
    mientras fundaba una Comisión de secretos a voz en grito. Henry Miller me leyó a cada paso poniéndome la zancadilla, me escrutó cada mal aliento y apuñaló en cada esquina. Hay libros que te revientan los ojos convirtiéndolos en mondongos.

    Te mando un abrazo envuelto en perlas de calle agrietadas por el quebranto de quien debe volver mañana a la oficina.

    Tu puntuación:

    URL de esta publicación:

    OPINIONES Y COMENTARIOS