Acá los atardeceres siguen siendo rojos a pesar de teñirse de un violeta profundo que, sin dudas, te gustaría pintar si aún estuvieses aquí. Aún recuerdo tomar de una copa a orillas del mar, bajo un manto de golondrinas que elogiaban aquel cuadro y tu hermoso pelo. Yo solo observaba, desde un banquito, como las olas acariciaban la arena y aprovechaban para besar tus pies. Tu, parada en tu mundo y yo en el mío, al fin y al cabo en un mismo lugar, distantemente juntos contemplando los placeres de la vida: una caricia del mar, un elogio de los pájaros o tal vez un paladar teñido de aquel rojo malbec. Todo se repetía, encajando en las delicadas ceremonias de una pareja, como el romper de las olas una y otra vez. Queda un mes para el invierno y sigo todas las tardes, como una temporada más, sintiendo el olor de la costa que solo sentimos los extranjeros, con mi copa de tinto bebiendo para no olvidar algo que por momentos se vuelve borroso y estúpido, como ahora. 

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