Ale,

Espero esta postal te encuentre tranquilo, Dios sabe que muchos han
sido los días en los que mi pobreza y mis andanzas te han mantenido despierto a
deshoras. ¿Temes que algo me pase o que me vuelva un miserable? ¿Recuerdas aquella
noche en el Álamo cuando me tomaste de la mano al verme llorar, pues te dije
que un día todos moriríamos?, me aseguraste que para eso faltaba mucho, pero
cuando fui, el arroyo estaba seco y del jardín de mamá sólo quedaba una lápida
de mala hierba para sus geranios; vivir a expensas de la vida, en ese trueque
perpetuo entre el tiempo y la sensualidad, resultó ser la muerte que tanto
temía.

Quiero que descanses de mí. Mientras
más sencilla mi existencia, por más solitaria que aparente ser, soy un hombre
más feliz. Escribo esto sentado en un páramo remoto, en Yukón, y siento que
pasa una vida entera en cada instante; si los libros nos transfieren los años
de sus autores, creo que el firmamento debe concedernos la Eternidad del Padre.

No veas más por mí… ¿por qué
no me acompañas?

Nos veremos pronto.

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