Cuando terminé mi relato y levanté la mirada pensé que esa clase no era ya mi taller de escritura. Nunca Elsa me hubiese mirado así, Enrique jamás haría esos aspavientos, y era incomprensible que Wilson se comportase de esa manera.

Llegó el descanso y achaqué mis suspicacias a mi falta de sueño.

Pero volvimos al aula y comprendí mis temores cuando Verónica leyó un relato que empezaba diciendo: «Finalmente sus personajes se quejaron a su creador de que habían quedado planos…»

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