-Toda la cuadra de en frente, por La Pampa, era la entrada de la villa.
Los chicos venían a merendar a casa y esta mesa era un nido de pichones, todos tomando la leche, porque eran amigos de tu papá y tus tíos-.
Cuenta mi abuela a los 92 años, mientras practica su dicción después de un acv que le paralizó más de la mitad de la cara.
-Sí mamá, yo me acuerdo de haber ido a hacer los mandados al almacén de la villa de emergencia-. Agrega una de mis tías, para remarcar el paso del tiempo.
-Tu papá y tu tío también se metían por ahí,buscando a los chicos para jugar a la pelota. La villa era parte del barrio. Vecinos, que hasta incluso trabajaban para las personas del mismo barrio.
María, la chica que limpiaba en casa, era de ahí. Tu tía mayor le cuidaba a las nenas acá, mientras ella trabajaba. Yo le firmaba certificados de trabajo, para que le permitieran mandarlas al colegio.
La vez que hubo el incendio en la villa (por lo cual dejó de existir), resguardamos a las familias abajo, acá, en el edificio. Ahí donde se guardan los autos. Les cocinábamos, sobretodo huevos duros (porque son fáciles de comer y no necesariamente calientes) y les dimos frazadas y colchones para que pudieran dormir hasta que el estado los re-ubicase-.
«GRAN OPERATIVO POLICIAL EN BARRIO PRIVADO. PADRE DE DOS HIJOS DE 4 Y 6 AÑOS, EN ESTADO CRÍTICO TRAS RECIBIR 3 BALAZOS. SE LLEVARON HASTA EL TENDER Y FUGARON EN LA 4X4. LOS DELINCUENTES SIGUEN PRÓFUGOS». Denuncia el noticiero de la televisión HD, que gracias al descuento de jubilados, mi papá pudo comprarle a mis abuelos.
-Abuela, yo me acuerdo que cuando eramos chiquitos, mi hermano más grande jugaba al fútbol de vereda a vereda. Y que 20 años después, mi hermano menor salía por el barrio con su bicicleta a buscar a sus amigos por las casas para andar y hoy tiene 22, así que no fue hace tanto tiempo-.
-Tampoco cerrábamos la puerta con llave-. Acota mi papá, atajando alguna oración de nuestra conversación, desde la otra punta de la mesa.
-Sí, pero así de pancho como uno anda por la calle, con el orgullo de que es un barrio tranquilo. Un barrio seguro. Un barrio feliz. De puertas sin llave y vecinos amables, que se quejan cuando la pasas bien y después te piden que le prestes la cortadora de pasto; y aunque se quejen de que tu perro ladre, a pesar de que sus hijitos no paren de gritar y golpear paredes y pelearse por la tablet, a toda hora.
Así de motivado por la hermosura de la tranquilidad que reina en tu barrio, salís en la bicicleta y con la característica del vecino buena onda, te tiran el auto encima para que los dejes pasar, mientras te putean a bocinazos con el celular en la mano y la intolerancia ansiosa en la sien. O peor, directamente te matan porque a los nenes se les ocurre correr picadas por la avenida con la nave de papá (o que él mismo les regaló) y la cumbia rugbier tapando a todo volúmen.
Pero aún así, sigue siendo un lugar seguro, que es decir: está lejos de la villa.
Y vos abuela, me hablas de tu barrio con nostalgia por amor y yo, exactamente así, extraño al mío. Donde vivo todavía, porque hasta ahora no encontré calles más hermosas. Con rincones donde detenerme a contemplar el silencio de la soledad transitoria, cuyos caminos desembocan en el río, donde además, gozo del privilegio de poder respirar el horizonte. Y puertas encantadas donde vivieron mis amigos de la infancia, las que hoy son el mapa de mi memoria para llegar a casa.
Con veredas que prefiero pisar, para volver al colegio y dar vueltas manzana por cada pedacito que nos llevaba hasta el almuerzo.
Extrañando esa libertad de vivir, porque nos dijeron que la plata te hace mejor teniendo más cosas, para entonces poder ser parte y opinar que todo lo que te molesta está mal. Y que tu felicidad es incompa(r)tible con el prójimo. Porque sabes, de la boca para adentro, que así no sos feliz. Que al barrio lo hace el vecindario y que al vecindario, el respeto a su diversidad y que ahí reside el secreto, en la paz de convivir todos los días juntos, para poder construir a los próximos prójimos, que serán vecinos y harán más barrios.
– Yo me voy. ¿Te llevo hija?-. Concluye mi papá para rescatarme de la verborragia.
-Sí, gracias-.
Saludé a la abuela y volví a mi barrio.

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