Los recuerdos de mi infancia, traen a mi memoria el olor de leche, azúcar, crema de arroz, fruta o verdura; eso identifica al atol o tetero que siempre me hacía mi papá, era su manera de consentirme, de tratarme bonito, de conversar sin palabras, porque él era distante, lejano, ausente, pero nuestra relación pudo crecer gracias a los alimentos que sus manos me prepararon a través del tiempo.
Hoy considero que gran parte de nuestra vida se entrelaza con sazones, sabores, especies, guisos, sopas; en fin, comidas. Porque con ellas expresamos; sin frases el amor, cariño o simpatía que llegamos a sentir por nuestros seres queridos. Es tan claro y sencillo, que la cocina es parte del corazón, del alma, de la cotidianidad con la que transcurre nuestra existencia, preparar alimentos, es la forma más directa de llegar o acercarnos. Considero que viene a ser la definición más real del afecto puro y sincero.
Cocina y corazón están entretejidas en esencia; cocinas para tus afectos ya que es todo un placer hacerlo, pues elevas tú alma y plasmas este sentimiento en platos, que identifican todo aquello que sucede en ti. Por eso siento a mi tierra con la siempreverde de sus montañas y la asocio con una ramita de perejil, cilantro o cebollín. Como olvidar las veces que vimos como una simple mazorca se convirtió en torta, arepa, empanada, cachapa y bebida; chicha la llamamos, por cierto aqui, en la tierra de mesetas y colinas. Mis recuerdos tienen sabor a pastel, tequeño, morcilla, picante, guasacaca y alegría.
Ahora en mi adultez convivo y revivo las ausencias, penas y tristezas con los olores, ingredientes y sabores que dejo mi infancia, que macero mi adolescencia, que han sido transmitidos de generación en generación. Desde mi tatarabuela hasta mi madre esa pequeña señora que preparaba las mejores hallacas del Táchira, Venezuela, tradición heredada por nuestros antepasados, que revive en nuestra geografía, cada diciembre y nos transporta a la navidad.
Si tuviera que identificar a cada miembro de mi familia o amigos más cercanos, podría darles un plato que hicieron suyo a lo largo de su existencia, es su firma personal, su identidad con lo cual mi memoria, los retiene a través de los años, la distancia, sus partidas o muertes. Son arte que tiene sabor a familia, a querencia, a tradición, que va recorriendo senderos hechos de bollitos maíz como los que prepara Vanessa o el método de la salsa chimichurri que nos dejó María Auxiliadora antes de viajar a otro país.
La gastronomía nos identifica, tiene en cada uno de nosotros rostro, sabor y olor; es el despertar de los sentidos asociados a nuestro corazón, unidos a nuestra alma, a la tradición de una región, de un país, ha sido desde siempre parte de todos, está aquí, allá, en cualquier lugar. Solo basta evocar algún plato hecho por nuestras abuelas, tías, madre o ser querido. Para viajar al pasado y ser felices otra vez.
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