El olor de los relojes.

El olor de los relojes.

El olor de los relojes.

Volví a entrar a la casa de mi abuela, cincuenta años después de su muerte, para recorrerla por última vez antes de que fuera demolida.

Al caminar por las dependencias donde pasé los mejores años de mi vida, desde mi remota infancia, regresaron a mi memoria un sinfín de sensaciones que permanecían grabadas en mis sentidos: aquel olor a albahaca, laurel y tomillo que inundaba la cocina, el perfume a lavanda de las sábanas recién planchadas, el aroma de los jazmines, azahares y rosales del patio… Sin embargo, nada de eso permanecía allí. La casa estaba deshabitada y el jardín abandonado. El reloj de péndulo permanecía callado y los pocos muebles que quedaban estaban apolillados y llenos de polvo.

Una ola de vahos nauseabundos, como una cachetada, me trajo al presente. Había un olor rancio, como a orines de gato, a zapatos enmohecidos y comida putrefacta.

Busqué el origen de aquel hedor y lo encontré en mis propias vestimentas.

Por un instante tomé conciencia de que ese día cumpliría la misma edad que tenía mi abuela cuando murió. Demasiados años, pensé, llegó la hora. Y decidí esconderme a esperar la muerte junto con la casa…

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