Mis maltrechas alas, de tanto volar, se negaban a perder el piso.
Tu canto fue miel para mi ego:
Extiende tus alas, el viento con vaivén arrullador, te llevará a las estrellas;
regresa a mí y, comparte el porqué de sus destellos.
Logré remontar el vuelo;
Deslumbrado, me olvidé de ti, por un instante o una eternidad.
¡No lo sé!
Me cobije con otra piel, y no hacía frío;
saciar instintos, era justificación absurda.
Caí de golpe sin medir las consecuencias.
Nunca pretendí hacerte daño, dije, aún con puñal en mano.
Por la espalda la herida era de muerte; ambas heridas eran mortales;
la caída y el puñal clavado.
Fingiste que la herida no era profunda
Pero la sal derramada por tus ojos, te delataban
tardaste en sanar el tiempo que duró mi agonía;
Con mi muerte llegó la paz.
Fui un cobarde, y tuve miedo de escuchar tu veredicto, cuando te disponías a dictar mi epitafio.
Tu corazón perdonó; y tu clemente indulto quedó plasmado en mi lápida.
No sé que llego primero, el perdón o el desamor.
¿Acaso importa?
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