Cortar llaves es un trabajo que requiere de memoria fotográfica, pulso y de precisión… tacto.
Detrás de más de cuarenta mil referencias de llaves que debes mantener en tu mente están las historias que hay detrás de cada una de esas llaves. Historias de las que de alguna manera acabas formando parte.
Ref: AZ-1D + FAC13D Antonia, de 68 años, ha cambiado de cerradura tres veces en lo que va de año, tiene tarifa especial. Su hijo, discapacitado y toxicómano, está obligado a vivir con ella. La cola para entrar en centros específicos para estas personas es eterna. En el último episodio unos prestamistas vinieron a llevarse la tele para compensar las deudas de su hijo.
TE-10 + FAC18D Marta, de 48 años, ha vuelto a cambiar la cerradura porque se echó un novio que le ha vuelto a salir rana y cuando vuelve del trabajo se lo suele encontrar allí comiendo o durmiendo sin más oficio ni beneficio que hacer las labores de animal de compañía.
CR11G A Paco, de 42 años, se le ha encerrado su hermano en el dormitorio, vino para unos días pero desesperado por la crisis, sin trabajo, y sin futuro no le quedó otra que atrincherarse en la casa de su hermano y salir a la cocina a comer cuando su hermano y cuñada salen para trabajar. Paco espera que salga de la casa en algún momento para cambiar la cerradura. La historia sonaría deshumanizada y desaprensiva sino fuera por el hermano ha estafado a sus padres en más de una ocasión.
Lo más desagradable son los lanzamientos judiciales cuando tenemos que abrir una puerta porque el juez ya ha dado orden de desalojo para el inquilino que no ha podido hacer frente al pago de las mensualidades. Luego están los especuladores, los que se enriquecen con los embargos de los demás. Su trabajo consiste en acudir a las subastas y adquirir bienes embargados. Lo que sea. Desde viviendas hasta motos, coches… o una máquina de escribir. Se llevan todo el día comprando cerraduras y duplicando llaves.
Antes de que estallara la burbuja inmobiliaria, las llaves que hacía eran para muchísimas parejas que se iban a vivir juntas a su nuevo piso. No importaba la seguridad. Sólo tener un juego de llaves divertido.
Familias que crecían y cambiaban a una casa más grande, segundas residencias en la playa o el campo y ese coche nuevo para hacer kilómetros. Luego todo cambió. Los robos aumentaron. Se perfeccionaron los métodos de apertura de puertas, el bumping, el impresioning,… los ladrones mejoraban sus técnicas. Otros, menos audaces y con necesidades más imperiosas dejaban sus arrebatos a la vista de todo el mundo.
La necesidad agudizaba el ingenio. La gente empezó a traicionar confianzas. Familiares y amigos se estafaban. Pequeños hurtos del servicio doméstico. Abuelos avalistas embargados.
Más cerraduras. Más llaves.
Caridad con referencia FAC13D+FAC18D+Pestillo +CAY1D+T60 llegó a pensar que tenía fantasmas en casa. Quizás que los extraterrestres la visitaban.
Nunca se le ocurrió pensar que cada vez que cambiaba la cerradura le daba una copia a la verdadera ladrona, su cuñada.
La sociedad era una gran cárcel con la gente viviendo en celdas. Y yo, como Emma custodiaba las llaves.
Nunca me ha gustado viajar. Aunque mi amigo Tomás dice que a la gente que escribimos no nos hace falta.
El cine y la lectura me proporcionan los universos más fascinantes. Este trabajo me permite no olvidar la realidad y seguir escribiendo, leyendo y viendo cine, en resumen, lo que me apasiona aparte de mi hijo de 3 años. Ser guionista nunca ha sido un oficio de estabilidad, ni agradecido, ni reconocido. De ahí que se diga que nos sobran grandes dosis de masoquismo. Pero soy afortunada. Conseguí contar una historia que pudo ver mucha gente. Con la que se identificaron muchas mujeres.
El guión que escribimos Javier y yo nos permitió volcar todas aquellas historias que habían ido pasando por mis llaves.
Así nació Violetas. Un drama carcelario, donde Emma, una funcionaria de cincuenta años lucha por una joven reclusa en una cárcel de mujeres. Una cárcel donde cada celda se cierra con una llave dejando dentro una historia de dolor, de desarraigo, de aislamiento, de soledad, de desintegración. Historias de mujeres encarceladas, engañadas por sus parejas para pasar droga, para ejercer la prostitución. Víctimas de la exclusión social. Víctimas de la pobreza. Víctima de los malos tratos y de acciones desesperadas. Víctimas.
Allí, Emma, tras muchos años de asistir impasible como espectadora decide hacer algo.
Aquí es cómo después de asistir impasible al drama diario decido escribir Violetas.
Javier, el guionista con el que escribo, vive en Palmete, un barrio del extrarradio de Sevilla. Un barrio lleno de mujeres trabajadoras como su madre que regenta el bar de abajo. Pero también un barrio de mucho trapicheo. Javier no quiere acabar en el bar, creo que siempre ha querido salir de Palmete. Siempre ha soñado… y sueña con ser Stephen Bosco, y crear una serie como Canción Triste de Hill Street. Se ha convertido en un gran articulista para la revista Yorokobu. Y entre martillazos y virutas de metal, el escritor que no quería ser camarero y la cerrajera que sí quería hacer llaves acompañaron a Emma por aquellos pasillos sinuosos e inquietantes de la prisión.
Mentiría si digo que no me gusta hacer llaves. Me gusta tanto como escribir. Es la verdad. Creo que no sabría escribir en otra parte. Entre virutas de metal, martillazos y personajes que parecen salidos de una película de Capra.
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