El pescador, la canoa y la caja

El pescador, la canoa y la caja

Asomada en mi balcón alcanzo a divisar la débil canoa;  un pequeño punto en la inmensidad del mar.  Sobre ella, se agita una figura que afanosa  planta la red y señala  el lugar con una boya amarilla.  La diminuta embarcación se mece desde el amanecer, en las verdes aguas. No importa el estado del tiempo, tampoco las fuertes mareas ni los vientos que violentamente empujan la canoa.  Su dueño trabaja incansablemente, direccionando la vela desplegada al viento,   manejándola con destreza en medio del  oleaje.

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Xavier es un pescador joven y fornido, de tez curtida por el sol.  Día tras día realiza su faena, allá, solo, perdido entre espuma y agua de dudoso verdor.  Luego de recoger el fruto de su trabajo, cuando el sol comienza a calentar las frías aguas, ayudado por la fuerza de las olas que van a lamer la arena, desliza la barquita hacia la orilla donde esperan sus clientes ávidos del fresco producto.

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Observo los movimientos del pescador y  admiro  su valentía  para luchar contra las aguas agitadas; o bien su tranquilidad para descansar en el fondo de la canoa cuando están mansas, esperando que la red se llene para regresar a la playa; bajo el ardiente sol o cuando el cielo se preña de nubes que descargan furiosamente su líquido contenido devolviendo a su elemento  el agua evaporada para formarlas.

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-Me alegro de estar  en tierra firme – pienso –no me agradaría mecerme sin control en esas olas.  Me atemoriza pensar que la frágil embarcación zozobre y me quede a la deriva, con pocas probabilidades de sobrevivir porque, según observo, no hay un ser viviente que pueda socorrerme –

Salgo a pasear por la playa y aprovecho para comprar algunos langostinos de los que trae Xavier en su barquita.  Converso con él unos minutos y lo invito para que me visite luego de su trabajo para obsequiarle los dulces que le he traído por Navidad.

Al día siguiente, Xavier acude puntualmente a la cita, muy acicalado y contento.  Luego de recibir una flamante camiseta y la funda de dulces, se despide deseándome una feliz estadía.  Lo acompaño hasta el ascensor y noto que duda ante la puerta. 

Pregunto -¿Qué sucede Xavier?- 

El contesta –Es que no sé como bajar, doctora-

-Pues baje como subió- contesto.

-El hombre me mira de una manera extraña, como dudando –Subí por las escaleras- dice -quisiera bajar en esta caja pero no sé como hacerlo. Tengo miedo de que algo malo me suceda-

Utiliza las mismas palabras que yo, al observarlo maniobrar  su barca en el mar.

Llamo al ascensor y  explico al pescador lo que debe hacer para que la “caja” descienda.  Le tranquilizo diciéndole que nada malo le va a suceder y que cuando llegue a la planta baja, la puerta se abrirá sola y él podrá salir del ascensor sin  problema.

Mientras se cierra la puerta, sonrío a Xavier para darle seguridad. El me devuelve una sonrisa nerviosa y una mirada donde brilla una chispita de temor.

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 Playa Azul, Tonsupa, Provincia de Esmeraldas, Ecuador

FIN

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