Y es entonces cuando deseas volver a ese olor, tocar ese sonido y oír esas caricias.
Justo ahí en la distancia, en los kilómetros que nos unen, en esos que engrandecen, embellecen y nos envuelven en la melancolía de querer lo que un día nos vino en exceso. Aquello que ahora suplicamos que vuelva, fue lo que un día suplicamos que se convirtiera en un recuerdo.
Así con esos pensamientos, propios de aquellos que se los pueden permitir, de esos que tienen el estómago lleno y el cuerpo caliente; de tal forma, sigo mirando el microondas, esperando a que el té, al fin esté caliente. Aunque sé que cuando salga estará demasiado caliente.
Mientras bebo, mejor dicho, mientras soplo a una taza para conseguir adelantar unos segundo el primer sorbo, se me viene una canción a la cabeza: África, de Frenando Castro. Y con total descortesía hacía música empiezo a tararearla. Y recuerdo como mis hermanos la cantaban a todas horas. Recuerdo estar en la cama y escuchar como la cantaban cuando se duchaban, imaginando que en lugar de en un piso de 90 metros estaban en el Palacio Real, era lo más irritante del mundo, ahora solo al pesarlo se me llenan los ojos de lagrimas y desearía haber guardado ese momento para poder repetirlo una y otra vez. Pero sé que ningún rayo de sol se puede guardar.
Los odiaba tanto, y los adoraba tanto. Creo que tener hermanos es como tener un ápice de esquizofrenia, podría matarlos o matar por ellos.
Yo aquí, los hecho de menos.
Sé que estoy haciendo lo que debo, sé que estoy haciendo lo que quiero y he luchado mucho por conseguirlo. Me repito en momentos de debilidad. Y es que me lo quiero creer, es más me lo tengo que creer, necesito creérmelo. Pero en ocasiones la culpabilidad, la añoranza, las tinieblas más intimas me hacen pensar; y sí todo esto me hace perder momentos que nunca volverán.
Mientras aprendo a ser Jueza, cosa que todavía no sé si existe; me estoy perdiendo miles de canciones en la ducha, miles de peleas en el cuarto de baño, me estoy perdiendo el crecimiento de las arrugas en mis padres. Y sí por un sueño fururo estoy regalando el presente. Y sí un día me arrepiento. Y sí…Y sí no veo más veces ese rayo de sol.
Suelto la taza del té, cojo el teléfono y marco el 1, casa. Tres toques y un -Dime idiota- de la voz del del peque de la casa, me hace sonreír y pensar que este es mi lugar, aunque nunca será mi hogar.
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