Han pasado dos años y el grito de espanto de mi pequeña Violeta me taladra el cerebro. Y chillo con todas mis fuerzas con la esperanza de que mi alarido lo acalle. Es inútil. Me persigue acusador día tras día. Y bebo otro trago de absenta y otro, y otro más… Hasta que, borracho me derrumbo en plena calle.

Después de tres temporadas, lo habíamos conseguido. Quedó atrás el sufrimiento. Demasiadas humillaciones y arbitrajes injustos. ¡Malditos árbitros que se venden! Al fin hemos llegado donde nos merecemos. En el partido de esta tarde se decide la liga y ahí estaba mi Atletic ¡Ya era hora!

No iba a ver el partido en el bar. Una ocasión como esta merecía una noche especial. Laura, mi mujer, había quedado con la madre de Teresa, una amiguita de Violeta, para llevar a las niñas al cine. Al salir del trabajo las recogerían de la clase de ballet a las ocho y media e irían directamente a la sala. Luego cenarían en alguna terraza y tomarían un helado. No volverían hasta acabado el partido. Y mientras tanto yo, pizza y cervezas y disfrutar del espectáculo en mi flamante televisor curvo de alta gama y sonido envolvente.

Estaba planificando mi perfecta noche futbolera, cuando Manuel abrió la puerta del despacho.

– ¡¡¡Hey, Ricardo!!! El jefe nos llama a la sala de vídeo conferencias. Hay un problema en la sede de Shangai y han conectado por Skype.

– ¿Ahora?, pero si son casi las 7. Además en Shangai se dedican a Desarrollos y tú y yo somos de Proyectos. No pintamos nada.

– Sí, pero la cosa es grave y quiere que estemos todos los ingenieros apoyando. Tampoco me hace gracia. Ya sabes, el Madrid – Atletic

– Ya sé. Dije bruscamente mientras maldecía mentalmente a los inútiles de Shangai. Mucho me temía que la reunión iba a ser larga.

– Bueno, voy para allá que el jefe está tenso. ¡No pongas esa cara hombre! Que os vamos a machacaaaar. Los del Atletic no tenéis nada que hacer. ¡¡¡Pringaos!!!

– Gilipollas, murmuré mientras me levantaba bruscamente de mi escritorio.

Manuel era un buen tipo pero tenía un puntito fanfarrón. Siempre presumiendo de los títulos de su equipo. Pero hoy va ser distinto. El partido de esta noche no nos lo roba nadie. Vamos a ganar la liga ¡¡¡¡Cómo voy a disfrutar el lunes con su cara !!!!!

Entré en la sala de videoconferencias. Lentamente pasaban los minutos. Ya llevaban más de cuarenta y seguían discutiendo Susana, la responsable de Desarrollos, y ese “maldito chino” que no entraba en razón. Aquello no tenía visos de concluir. Me revolví por tercera vez en mi asiento. Intenté hacer ver que tomaba apuntes y cuando mi pluma se me cayó por cuarta vez al suelo, mi jefe me lanzó una mirada asesina.

Pasaban de las ocho y cuarto cuando, al fin, terminó la reunión. Si salía disparado aún me daba tiempo a ver saltar a los jugadores al campo. Tranquilo, me dije, que el partido empieza a las nueve. Llegas justito, pero llegas.

Conecté mi IPhone y sobre la foto de Violeta apareció la notificación de un mensaje de Laura. ¡Qué raro, pensé, ya tendría que estar recogiendo a la niña! La voz de mi mujer me comentaba que había habido un accidente en el aeropuerto y que en las urgencias del hospital donde ella trabajaba estaban desbordados.

– Ve a recoger a Violeta. Prepara la cena, bañala y acuestala. Iré a casa en cuanto pueda.

Desolado me quede mirando el móvil. Eran las ocho y veinte faltaba poco más de media hora para que comenzará el partido. La academia de ballet estaba en dirección contraria a casa y además en pleno centro de Madrid, en la Gran Vía.

¿A quien se le ocurre matricularla allí? Sólo a la pija de su madre. Murmuraba enfadado mientras bajaba en el ascensor al aparcamiento. Con suerte y si no hay tráfico, llegaré con el encuentro ya empezado. Y luego hacer la cena, bañar a la cría y acostarla….. ¡Adiós partido! Me senté en el coche maldiciendo mi mala suerte.

Manuel pasó por mi lado.

– ¡¡¡¡ 5 a 0 ya verás. Vais a morder el polvo!!!!

– ¡¡¡¡Payaso!!!!, le grité.

Ocho y media. El atasco era monumental. Sentía hervir la sangre. Madrid estaba colapsado y para colmo la maldita radio del coche no funcionaba.

Conseguí llegar a las nueve y cinco. Estaba esperándome en la calle con su profesora. Violenta subió al coche y salí chirriado ruedas. Con suerte llegaría al segundo tiempo. De cena un bocadillo de Nutela que se lo come sin rechistar y a la camita, nada de cuento para dormir y ya la bañará mañana su madre. Decidí.

Conducía como loco. Papa, por favor, no corras tanto. Tengo miedo, dijo mi niña. No hice caso. Desde un balcón algún colchonero gritó ¡¡¡¡Gollllll, gollll del Atletic!!!! ¡¡¡¡Maldita sea muy suerte. Y yo aquí, sin verlo!!!!

Aceleré sin pensar. Violeta grito: ¡¡¡¡¡¡Papá, el semáforo está rojo!!!!! Frenaaaaaaaaaaaaaaaa Papaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!

Dí un brusco volantazo para evitar la colisión con un autobús y empotré el lateral del coche contra una esquina. El coche quedó destrozado y yo ileso. Ese fue mi castigo.

Me fue imposible continuar. Fui a terapia pero no sirvió de nada. No pude vencer el sentimiento de culpa. Ni el dolor infinito que causé en Laura. La dejé al igual que mi hogar y mi magnifico empleo de ingeniero. Abandoné toda mi vida. Tan sólo conservo una foto de mi preciosa Violeta. Me aferro a ella.

Vivo en la calle desde hace más de un año. La gente me rehuye asqueada por mi punzante mal olor o aterrorizada por mis alaridos. Mendigo para comprar absenta y emborracharme hasta perder la consciencia. Es lo único que logra acallar ese grito aterrado de mi hija: Frenaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa Papaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!

-FIN-

elia.jpg

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus