Todavía faltan más de tres horas para que salga mi vuelo, y camino sin rumbo por los pasillos de Ezeiza. Entro al Duty Free y voy directo a la caja con una miniatura de Glennfiddich 18 años. Camino lento hacia mi puerta de embarque, y me siento frente a la enorme ventana que da a la pista. Abro la botella de whisky y saco el celular del bolsillo de la campera. Noventa y siete mensajes nuevos. Respiro hondo y leo el primero.

“Ceci, me enteré lo de tu mamá, te abrazo fuerte y te quiero mucho. Lo que necesites, estamos”

Contesto el mensaje. Agradezco y envío mi cariño.

Segundo mensaje: “Ceci, fuiste una hija inmejorable, tu mamá debe estar orgullosa de vos donde quiera que esté”

Contesto el mensaje. Agradezco y envío mi cariño. El whisky me quema en la garganta.

“Ceci, me hubiera gustado acompañarte ayer, pero me fue imposible. Muchos besos, abrazo de oso, te quiero mucho. Juntemonos cuando vuelvas”

Contesto el mensaje. Agradezco y envío mi cariño.

Casi como una autómata me entrego a la tarea de agradecer y retribuir todo el amor que me está siendo dado. La compañía. Los abrazos. Una parte mía agradece infinitamente saberme tan querida, pero hay una yo más oscura y que vive en una capa más profunda, a la que le resulta imperioso sostener la postura de dama y responder amable. La verdad, es que no tengo ganas de seguir respondiendo, pero me parecería sobremanera injusto. Y desconsiderado.

Sigo respondiendo mensajes por más de una hora. Casi en serie y con la cabeza todavía anestesiada. Me arden los ojos. No distingo si es el cansancio o las lágrimas que todavía tengo contenidas y pelean por salir.

“Gracias, de corazón. También los quiero mucho. Estoy triste, pero aliviada. Los últimos tiempos fueron difíciles y me alivia saber que mamá ya no sufre. A la vuelta nos juntamos”

Noventa y siete mensajes respondidos. Por favor que no me lleguen más mensajes. Por favor. Todavía sosteniendo el celular con las dos manos sobre mi regazo, y con la mirada perdida en algún punto de la pista, la veo a mamá sonreir. Sé que está orgullosa. Intuyo que es exactamente lo que hubiera esperado de mí. Una postura, o más bien, una compostura digna. Elegante. Agradecida.

Se murió mamá. Así de simple, así de claro. Así de contundente, y de irreversible. Pensé en que a pesar de la cantidad de eufemismos y frases decorosas que se dijeron las últimas horas, la realidad más cruda, era esta. Se murió. Con todo lo que eso conlleva. Y se lleva. Hago un esfuerzo para evocar su olor, su voz, su mirada. Quiero usar este rato a solas para grabarlos a fuego y que no se vayan nunca de adentro mío. Sé que con el tiempo, probablemente dejen de ser tan nítidos, y quiero ser meticulosa en mi registro, para poder aferrarme a ellos cuando los necesite.

Abro la mochila y saco mi porta documentos rojo con dibujos de animalitos. Me decido a revisar la nueva documentación de mi viaje. Apenas llegué al aeropuerto, fui informada de que mi vuelo tenía un retraso de casi cuatro horas, y que debían cambiar mi vuelo de conexión, dado que con el nuevo horario, lo perdía. Pese a las recomendaciones de mi hermana, cuñado y papá, que me acompañaron, no quise discutir las condiciones del cambio, ni exigir un vuelo directo. Tal vez, en otra ocasión, todavía estaría sacándole canas verdes al empleado del mostrador de la aerolínea, pero a veces es sabio elegir las batallas a librar, y a que destinar las energías…. Tal vez no sea del todo negativo, y tal vez necesite estas horas extra de soledad.

Pasaporte, ok. Ticket Buenos Aires- México, ok. Vouchers de comidas compensatorias, ok. Ticket México- New York, ok

New York. Leo las palabras una vez más y la oigo a mamá reírse. Me acuerdo de las charlas cuando organizamos el casamiento de mis hermanos y el mío propio. Mamá siempre sostuvo que New York, New York cantada por Frank Sinatra era la canción indiscutida para empezar cualquier fiesta. Sonrío, me pongo los auriculares y busco en mi playlist. Tomo los últimos tragos de mi whisky, directo de la botella, mientras Ol´Blue Eyes entona un eterno y siempre nuevo “Start spreading the news…”

Una azafata anuncia con un micrófono, que se abre el embarque para mi vuelo.

“I´m leaving today”

Mientras hago la fila para subir al avión, un aluvión de recuerdos con mamá me hacen sonreir.

“Puta madre, mami…. ¿y ahora? ¿cómo sigue todo? ¿y ahora?¿qué tengo que hacer?

It´s up to you…. New York, New York

El final de la canción me golpea el pecho, como lo hizo sistemáticamente siempre, desde la primera vez que la escuché. Siento una suerte de calor en el pecho mientras me acuerdo de como la bailaba para mamá en la cocina, mientras me ponía y sacaba una galera imaginaria, como me escabullía entre mamá y papá mientras bailaban en el casamiento de mis hermanos, con los pies sobre los de mi papá, y mamá a mis espaldas, rodeada del abrazo de los dos; como intercambiamos miradas cómplices en mi propia fiesta. Nos miramos sonrientes a lo lejos. Mamá levanta su copa de champagne, y yo también.

“Felicidades, mamá. Y gracias”

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