El Fiat 600 estaba empezando a ser infiel y traqueteaba su andar, como si estuviera avanzando mientras tose. Entonces, Lautaro salió un poco de su sueño profundo y se quedó pensando, pero sin abrir los ojos. Se había desabrochado el cinturón de seguridad para poder estirarse a lo largo del asiento trasero del vehículo, y así descansar de un modo más acorde culturalmente. Terminó de despertarse casi del todo cuando tomó conciencia que el auto había sido desviado a la banquina, y oyó a su padre que se bajaba ofuscado y a las puteadas, dirigiéndose hacia la parte trasera para empujar. Su madre también se trasladaba pero del asiento del acompañante hacia el del conductor, más tranquila y sin insultar a ningún antepasado familiar.
– ¡Esperá que empuje unos metros y cuando agarre envión soltá el embrague y apretá el acelerador! – ordenaba el hombre mientras hacía fuerza con sus manos y todo su cuerpo.
– Está bien, ¿pero suelto y aprieto al mismo tiempo los pedales, o uno por vez? – preguntó la mujer, dubitativamente.
Mientras tanto, en el interior del Fiat, Lautaro seguía tratando de determinar si le convenía salir de su posición vertical para espiar el paisaje y calcular cuán lejos o cuán cerca se encontraban de su destino. El sol en los ojos podía terminar de despabilarlo y tener que experimentar el resto del viaje en estado de vigilia. Asimismo, las ansías por saber cuánto faltaba para arribar a la casa de su abuela eran muy tentadoras.
– ¿¡Está en segunda el cambio!? – gritaba el hombre desde la retaguardia.
– No se…está donde vos lo pusiste – contestó la madre.
Lograron llegar al barrio de la abuela materna un rato antes de la hora de la cena, cuando la noche se empieza a acomodar. No la pudieron ubicar en la despensa de la esquina. Sin acordarse de nada, la familia se dirigió hacia el lado del río, menos de una cuadra, donde estaba ubicada la casa familiar.
Una vez que se acercaron, la madre, con ansiedad pero levemente, golpeó la puerta. Atendió su padre, el abuelo de Lautaro, que saludó a todos de la manera en que se saluda cuando te sorprenden gratamente. Más atrás, se arrimaba una de las hermanas y tía de Lautaro para reforzar la bienvenida. Después de que calmaron sus ganas de reencontrarse, la madre de Lautaro le preguntó a su hermana dónde se encontraba su mamá. La tía de Lautaro creó una sonrisa en su cara, de esas que exhalan aire, y mirando a su padre rápidamente, volvió la vista hacia los recién llegados.
– ¿Pero no te acordás?, sí sabías – dijo la tía, sin preocupación.
– ¿Qué cosa? – retrucó la madre de Lautaro.
– Mamá falleció hace un año ya, en diciembre.
– Uh, cierto, ¡tenés razón!…Me había olvidado por completo – expresó la mujer, avanzando hacia el interior de la casa sin esperar invitación y analizando cómo podría ayudar con la preparación de la cena.
FIN
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