LA TÍA ABUELA GERTRUD I

LA TÍA ABUELA GERTRUD I

Idoia Beitia

12/05/2014

Sucedió cuando quitaba el polvo a los libros viejos del abuelo. Un ejemplar de Schopenhauer, una primera edición en alemán de Los dos problemas fundamentales de la Ética, se le resbaló de las manos y de su interior emergió una fotografía antigua, en color sepia. La efímera imagen había sido captada hacía mucho tiempo. Se acercó, presa de la curiosidad, al butacón donde dormitaba su abuelo, flanqueado por otro en el que su madre tricotaba.

foto_concurso.jpg

– Lito… ¿Quiénes son estas personas? – inquirió acercando la instantánea al viejo.

– ¿Cuántas veces te tengo que decir que dejes descansar al abuelito, Graciela? – advirtió su madre, preocupada por cualquier sobresalto que alterara el débil corazón del anciano.

– No pasa nada, Adèle – contestó Hermann Müller, recogiendo los anteojos de la mesita.

Un mohín melancólico inundó su rostro cuando se contempló a sí mismo con cara de infante de cinco años, junto a sus hermanos y su madre en la casa de Mittenwald, el pueblo bávaro donde nació.

– Éste de la izquierda, de rostro iracundo, soy yo. Una vecina me quemó intentando hacerme unos tirabuzones como los de mi hermano, con unas tenazas ardientes. Me enojé mucho, me los corté y me colocaron unas horquillas para salir en la foto. El de la derecha es tu tío Siegfried, pobrecito, murió con 27 años. La pequeña es tu tía Gertrud – dijo.

Adèle, siempre al acecho de cualquier síntoma de demencia en su padre, intervino alarmada:

– Pero, si tú le llevas quince años a la tía Gertrud, no puede ser. ¿Quién es la nena?

– Es la tía Gertrud, la primera, se la llevó una neumonía – espetó, ante el asombro de las dos mujeres, que ya no pudieron disimularlo durante el resto de la revelación. Llevaba muerta dos días en ese momento – continuó. Entonces se inmortalizaba de esta manera a los difuntos, para recordarlos siempre. Hubo que esperar a que mi madre dejara de llorar y se recompusiera para llamar al fotógrafo. No la vi ya nunca más derramar una lágrima ni conmoverse con nada, ni siquiera cuando murieron mi padre y Siedfried. Tampoco sonreír. Mantuvieron el cadáver con hielo hasta el momento de la instantánea. Y recuerdo que le abrieron los ojos con unas cucharillas de café, para que pareciera más natural. Después, en casa se prohibió terminantemente que comentásemos nada más sobre nuestra hermana, y nunca más hablamos de ella. Luego destinaron a mi padre aquí, y la segunda Gertrud nació ya en Montevideo. Supongo que ni ella sabe nada sobre la existencia de su homónima – confesó Hermann Müller.

Parecía que la aflicción por los tristes recuerdos revividos había cubierto con una sombra funesta los ojos del anciano. Su hija miró de reojo a Graciela, reprochándole la inconveniencia, hasta que oyó, de labios de su padre:

– ¡Qué bruta la vecina!, me hizo un daño… y aquel hedor…, la niña olía a demonios.

Dicho esto, bostezó y volvió a sumirse en un sueño reparador.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus