CUANDO ME MIRAS

 

Te has quedado dormida, y yo empiezo a bostezar. Te miro, recostada, desde el lomo verde del diccionario. No es nada cómodo, la verdad, expuesta a que cualquier aire o cualquier golpe deshagan mi equilibrio. Lo sé, porque me he caído muchas veces, pero te has empeñado en colocar mi retrato de cartón justo aquí. Ayer mismo, me di de bruces en el suelo, cuando abriste la ventana. ¡Qué cabezota! Eso mismo decían de mí, cosa que al parecer, heredé de mi abuelo materno, además del nombre. Sí, soy Francisca, ¡chist!, silencio… pero aguarda. Padre me ha dicho que no me mueva, que va a pintarme como si fuera una santa. A mí no me gusta estar tanto tiempo quieta. Ya estuve reliada en pañales, figurando que era el Niño Dios en la Adoración. Entonces era demasiado pequeña para protestar. Pero ahora, prefiero andar entre los lienzos, componer los colores, jugar a la gallinica en el patio…Y si estuviera mi hermana jugaríamos a la Pizpirigaña, y la haría rabiar pellizcándole fuerte los dedos. “Pizpirigaña, vino la araña, por su sabanita, para la arañita”… Pero Ignacia está en el cielo.

De nada sirvieron los remedios. Las fiebres, vencieron a las campanillas, la higa, la ramita de coral, e incluso la Santa Espina milagrosa. Madre lloró. Lloró mucho.

Íbamos a estar las dos en el cuadro, las “Hermanas Alfareras”, patronas de Sevilla. Por eso estoy aquí, Santa Rufina, yo sola.

No, no puede moverme. He de tener cuidado en no romper el plato y el tazón de las gachas y sostener con tiento “La Palma del Martirio”. En realidad es de la procesión de Palmas, que ordenó mi padre traer a Vicentico de la parroquia de San Pedro.

Estoy triste todavía. No lo puedo disimular. Tú misma lo refieres cuando me miras: “Las gracias y las desgracias, se llevan en la cara”. Puede ser cierto. Mi abuela dice que soy igualita a su Juana: el mismo pelo, fino rostro, igual donaire… menos los ojos que son los de mi padre.

Me dan ganas de llorar. Yo digo que es por los tirones que me ha dado el ama al peinarme. Me ha hecho un rodete morisco en la nuca, y casi ni se ven las hilas rojas que cuelgan de las orejas. Todavía me duelen las punzadas cuando la comadre me puso las abrideras. Pero es menester, dice madre, para poder lucir de moza los pendientes del aderezo.

Hace mucho calor. Padre nos llevará pronto a la Corte porque ha de pintar los retratos de los reyes. ¡Despierta! El pincel se te ha caído de la mano.

Santa_Rufina.jpg

 

Santa Rufina. Diego Velázquez

Centro Velázquez – Focus Abengoa

Sevilla

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus