Buenos Aires, años 20 del siglo pasado. Jueves 7 de junio de 1923, para ser exactos.
Mi abuela Ofelia acaba de ser asesinada de un balazo, con sólo 36 años. Y ni siquiera esa bala asesina iba dirigida a ella. Un vecino desequilibrado, con sus facultades mentales alteradas y que convivía con ellos en esas casas de inquilinatos de entonces, provoca una discusión. Y sin venir a cuento, lanza 4 disparos de revólver, con la mala suerte que una bala, la única, la alcanza a ella y es mortal. La deja tendida en el suelo sin vida. El arma nunca apareció. ¿Aunque este detalle a quién le importa?
Y mi madre, con solo 3 meses, durmiendo en su cuna ajena a la tragedia, pasará el resto de sus días inventando a una madre que nunca tuvo, idealizándola y hasta deseando verla aparecer por la ventana. Junto a sus 6 hermanos mayores, quedaron 7 huérfanos.
Eran una familia especial, o por lo menos atípica para aquellos tiempos, según me contaban. Mi abuelo Constantino, un español originario de Dacon, Orense, Galicia, llegó al puerto de Buenos Aires procedente de Coruña en 1905, con 18 años.
Mi abuela Ofelia, hija de un genovés, propietario de una imprenta, clase media acomodada, también inmigrante.
Única hija, era una muchacha cultivada, que bordaba en oro, tocaba el arpa y ponía a sus hijas nombres de heroínas de novelas que leía. Él, en cambio, no era bien visto por la familia de ella, apostaba a los caballos y bebía más de la cuenta, pero se querían.
Para vivir su amor prohibido, hacen algo contracultural en aquellos años, se fugan a Montevideo y regresan 3 años más tarde, con una niña de la mano y otra en camino.
Ya no hay necesidad de permisos, son una familia, porque así lo han decidido. Se han casado. Y poco a poco van naciendo 5 chicas y dos varones que finalmente terminan quedándose solos.
Constantino, a los 3 años de este suceso muere de una peritonitis o de tristeza, dicen. Antes de esto, alguien muy rico quiso adoptar a mi madre y mi abuelo no quiso. ¿Quién sabe cuál otro habría sido su destino? Aunque les nombraron un tutor legal, el poco dinero se esfuma. Van colocando a los huerfanitos con tías mayores o colegios de monjas, donde los hermanos terminan siendo separados y luego reunidos muchos años después.
Pero curiosamente, considerando las limitaciones, la desestructuración familiar, el dolor de la pérdida, las carencias afectivas y de contacto con los hermanos, terminaron formando sus propias familias. Han sido personas de bien. La mayoría hicieron buenos matrimonios, desde el punto de vista del bienestar y del amor, tuvieron sus hijos y siguieron relacionándose entre ellos, a pesar de los años en que sus vidas estuvieron tan desconectadas. Y este suceso, ha dejado una huella imborrable en las generaciones venideras. Y sólo dos únicas fotos que guardo como un tesoro, porque me acerca a unos personajes que no conocí.
FIN
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