DUENDES EN MI JARDIN

DUENDES EN MI JARDIN

Carmen Macri

08/05/2014

Un domingo de 1959, mi hermano, aficionado a la fotografía,  tomó estas postales de un momento cotidiano en nuestra vida familiar. No fue un  día especial, pero sí el recuerdo de ese momento que estalla en mi memoria como si fuera hoy. Almuerzo de pastas caseras amasadas por mamá con tuco al estilo calabrés! Están todos invitados!!

Disfrutaba tanto en ese tiempo, mis padres, hermanos, abuela, tíos, primos, perro, gatos, ¡¡¡pajaritos!!!!  Sí,  como en la casa había árboles, nos visitaban pájaros de distintas clases, era un concierto a veces amalgamado con alguna milonga sonando en la radio, o mi viejo silbando algún tango mientras mamá le daba letra.

Éramos pocos pero hacíamos mucho ruido por eso parecíamos más, sencillos, divertidos y hospitalarios, a la hora de comer siempre se agregaba algún cubierto más; como solía decir  papá:”si hay para uno hay para todos”. 

Tuvo su ventaja ser la menor, aprendí de todos algo que me sirvió para ser lo que soy, una mujer  de familia.

En la noche que siguió tuve una pesadilla que me espantó:”soñé que salía de mi dormitorio hacia un gran jardín, comencé a recorrerlo más no encontraba a nadie, y era mi casa, pero como todo en los sueños, modificada. Un sentimiento de desolación me embargó, ¿dónde  estaban todos?, ¿qué había sucedido?, ¿qué pasaría conmigo sin ellos? Asustada me encerré en mi cuarto y miraba a hurtadillas por la ventana para ver si alguno aparecía, ¿sería mi primo, compinche de aventuras y travesuras?, ¿mamá que siempre estaba ocupada con los quehaceres domésticos? , ¿Papá que volvía de su rutina de jugar al billar con sus amigos?, mis hermanos jugando un picadito? Mi hermana chismeando con sus amigas?  Pero lo que más me llamaba la atención era no escuchar a Boby, nuestro perro, ladrar ¿cómo era posible? Con todos estos interrogantes parecía oscurecerse todo; amaba a mis padres,  y no soportaba la idea de que pudieran desaparecer. Con esa pesadumbre observé que aparecía una sombra saltarina en mi jardín, ¡Boby!, quise gritarle y no pude, ni un sonido surgía, me agitaba mientras veía que iban apareciendo otras siluetas en sombras, lo que me llevó a pensar: “si hay sombras, hay luz, entonces…”, no llegué a terminar la elucubración cuando la voz fuerte y firme de mamá me despierta para desayunar, ya era lunes y había que ir a la escuela. Respiré profundamente aliviada ya que  sólo había sido un sueño.

Ya pasaron muchos años de ese tiempo  de infancia despreocupada, ahora no están ellos; en verdad extraño sus voces, sus risas, los chistes, la algarabía de los domingos, y el jardín… ese jardín que gracias a los recuerdos puedo evocar cerrando los ojos y poblándolo con su presencia, en un efímero instante donde vuelvo a ser feliz con mis duendes. FIN

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