RECUERDOS EN AZUL

RECUERDOS EN AZUL

Elisa Rodrigo

08/05/2014

Cada tarde, como todas las tardes del último año, hacia el mismo recorrido para ir a verla. Cuando llegaba al centro la encontraba preparada, esperándola, con un destello de luz en la mirada que aunque perdida, denotaba la ansiedad del que espera.

Su madre había sido toda su familia. La había criado con la misma dureza y el mismo amor del que se sabe solo y no puede bajar la guardia, “cuando uno está solo, no puede echarle la culpa a nadie” solía decir cada vez que tomaba alguna decisión.

Su padre se había ido un verano de hacia ya veinte años, “nunca sirvió para estar amarrado”, decía. En la vida oyó un reproche hacia él y cuando siendo ya mayor le preguntó cómo podía vivir con ello, su madre la dejó bien clara una cosa “jamás consientas que nadie permanezca a tu lado por lástima o miedo, ni siquiera por obligación”.

Cuando años después diagnosticaron a su madre la enfermedad, comprendió mejor que nunca esas palabras, porque fueron la misma lástima, el mismo miedo y el mismo sentido de la obligación que años atrás causaran la marcha de su padre, los mismos que hicieron que ella permaneciera a su lado.

Esa tarde la encontró sentada junto al ventanal, mirando al mar, ese mar que siempre la reconcilió con el mundo…

–  Hola mamá

–  Parece que el mar hoy esté enfadado, no zarpó ningún barco…

–  En día de oleaje no salen, mamá. ¿Puedo sentarme a tu lado?

–  ¿Cómo te llamas?

–  Soy tu hija Aurora, mamá.

–  Aurora… pareces buena chica. Puedes sentarte.

–  Gracias mamá. ¿Me dejas que te coja la mano?

–  Sí, claro, ¿por qué no?

Sentarse a su lado y poder coger su mano, se había convertido en el momento más íntimo y más necesario. Volvía a sentirse protegida y reconfortada, no necesitaba más. La simplicidad de ese gesto encerraba todo un código de amor infinito.

Una vez, siendo niña, llegó a casa llorando y muy agitada…

–  Aurora, ¿qué ha ocurrido?

–  Cristina Peña, dice que no tengo familia (balbució)

–  ¿Cómo que no tienes familia? ¿y yo quien soy?

–  Tu eres mi madre (gritó ella) ¡y eso no cuenta!

–  ¡¿Cómo que no cuenta?! Óyeme bien: Yo te di la vida, las raíces y algún día te daré las alas. Créeme si te digo que eso es lo mejor que puede ofrecer una familia.

–  Pero sólo somos dos…

–  ¿Acaso el numero importa? Conozco a familias de diez que se sienten infinitamente solas. La familia es un sentimiento, Aurora y no se basa en cosas tan simples como en los miembros que habitan bajo el mismo techo. Este es nuestro sitio, y donde este la otra estará nuestra familia. Nunca lo olvides.

Qué sabia había sido siempre su madre y aunque pudiera parecer una paradoja, fue en ese momento, agarrada de su mano, cuando entendió mejor que nunca el significado de aquella lección de vida.    

FIN.

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