Esta tarde, plomizo domingo, entre las páginas ajadas de tu Bestiario, hallé esta vieja joya. No recuerdo quién disparó esta fotografía ni el día en que se alinearon los planetas y alguien nos perpetuó en este retrato familiar. Como puedes comprobar, solo tenía ojos para ti, Cocó, mientras que todos sonreís, tal vez para inmortalizar un segundo de felicidad.
Falta papá, como siempre pasó, y aunque tratamos de olvidarle, quiso el destino que otro Julio, a tu izquierda, chiquito y severo, viniera a sustituirle; como quiso la fatalidad que el hueso de un pollo inocente nos lo arrebatara y dejara viuda a mamá.
Tan joven, abandonada y viuda. Y tan fuerte, Cocó. Aún la veo, sentada en una mecedora dispuesta contra las cortinas de tu dormitorio, leyendo y leyendo, y tú, entre fiebres y flemas, soñando con ser marino. Ahí está ella, matriarca, grande, hecha para resistir, María Herminia satisfecha.
Aurora, tu esposa, flanqueada por las dos madonas, absorbida por esas dos energías, menguante, mermada, a un tris de evaporarse… Tuvo que salir de la familia, hermano, tomar perspectiva y querernos así. Se enamoró, me parecía a mí, de tus libros, de tus palabras… Pero todavía erais felices en aquella época, se ve. Estaban por llegar Ugné y Carol.
Abajo, a la derecha, la abuela Victoria, germana ella; la que puso fin a nuestra guerra acogiéndonos en su casa, Cocó, en Suiza. Éramos muy niños, entonces, y ya el mundo se encargó de volvernos tristes, ¿verdad?
Tuviste que inventar mundos nuevos y yo, más pequeña que tú, leerlos y releerlos. Como en Rayuela, entramos y salimos, dimos vueltas, querido hermano, sobrevivimos. No podemos decir, como parece ser lo habitual, que fuéramos niños felices. “Un niño asténico, Virgo”, decías tú, “un exceso de sensibilidad, mucha tristeza”.
Y yo mirándote, Julio, comiéndote con los ojos, herida por ser tu hermana. He tenido intención de recortar la fotografía y quedarnos solos, pero he abandonado este tonto pensamiento y he vuelto a guardar el retrato en blanco y negro, como mi vida, entre las hojas de tu libro.
Ofelia
FIN
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