Me sorprendió encontrar la foto mientras rebuscaba en la cajita. Quizá la guardé yo misma o los dedos del azar la colocaron allí al fondo, bajo cachivaches para volver a abrir la puerta que cerré hace más de 20 años.

Entonces no  había móviles ni conocíamos Internet. Las invitaciones se hacían cara a cara, porque nos veíamos todos los días, o a lo sumo mediante una tarjeta enviada por correo al domicilio del interesado. Mis padres no entendían de protocolos ni modas, vestían como les era más cómodo y lo más sencillo de la vida era para ellos el placer más grande que imaginarse podían. Los de Jaime, y él también, tenían más pretensiones pero se adaptaban y parecían disfrutar. Muchos días me decía a mi misma que flotábamos en una burbuja irisada que reflejaba los colores suaves de la vida: la niña, primer retoño de un matrimonio casi recién estrenado, los abuelos, las tardes de parque y risas o de juegos, regalos y sorpresas.

La muerte fulminante de los abuelos pocos meses después -uno detrás de otro, sin hacer ruido- dio al traste con ese mundo que creía solido.  Caímos al suelo de golpe pero no todos lo acusamos igual. Durante el tiempo de repartir las herencias y arreglar los papeles Jaime y yo continuamos juntos. Después el decidió invertir el dinero recibido en su compañía de teatro, sin importarle nuestra precaria situación económica que yo le recordaba constantemente.  Cada día distanciaba más sus vueltas a casa, hasta que un día no regresó. Nunca más volvimos a saber de él. 

La niña que parece querer atrapar la luz de la tarta o acabar con ella de un bocado, siguió creciendo. Pasamos juntas el sarampión, la varicela, los dolores musculares y de articulaciones que le producía el crecimiento y las ansias de libertad a los 16 años…   Y también las alegrías de sus primeros amores que enjugaban las lágrimas que nadie me veía derramar.

Creía estar a salvo de los recuerdos porque rompí todas las fotos que había hecho a mi denominada “familia convencional”.  Pero esta tarde al tropezarme con este fragmento de esa vida mía  tan anterior, me he dado cuenta de que el tiempo no me ha curado, solo ha pasado. Aunque acepto que lo que fui aun forma parte de mí y lo seguirá haciendo, romperé la foto porque quizá en pedazos más pequeños pueda digerir mejor lo que se me atraganta.

FIN

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