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Me despedí de ella un sábado de otoño, su voz trémula y agitada, cansada de tanto decir, se iba apagando, las notas que salían de su boca y que muchas veces fueron como música en mis oídos apenas si se escuchaban. El corazón rebotaba doloroso en mi pecho, estaba llegando el momento del último adiós y me parecía inaudito… formé a mis hijos para que  se despidieran, ella a cambio nos regaló su última bendición y generosa nos encomendó a Dios.  El sábado siguiente cerró sus ojitos para dormir el sueño eterno, desde entonces cada sábado siento que el alma se me parte en dos, es un sentimiento constante que viene y se me agazapa como un animal y no me abandona, toca a mi puerta puntual y se hace presente. Hoy es sábado,  hoy es la cita, más no abriré las puertas, hoy cerraré mis ojos y mis oídos, daré la espalda a ese sentimiento y haré de cuenta que ella todavía está conmigo, de cualquier modo la veo muy seguido, se mete entre mis sueños casi a diario y la pienso constantemente, la veo en mis maneras, en el tono de mi voz, ha dejado constancia con ello que su huella en mi vida es imborrable.

Aún me recuerdo por la calle caminando tomada de su mano, tenía 3 años de edad, es el primer recuerdo consciente que tengo de ella, es como si fuera la escena de una vieja película -¿Cómo nacen los bebés?- la cuestionaba curiosa mientras caminábamos, ella evasiva esa vez me negó la respuesta por considerarme demasiado joven para entenderla, después de eso siempre respondió mis preguntas  y se convirtió en mi mentora y maestra, me enseñó a leer y a escribir, me enseñó a amar al Dios del universo, me enseñó mucho de lo que soy actualmente. De ella aprendí que en la vida nada es imposible, mujer inteligente, arrojada y valiente, madre y padre a la vez, siempre me pareció especial y única. A pesar de ello a veces también me avergoncé de ella, como cuando la veía con su pelo enmarañado, la ropa sucia, las manos partidas y ampolladas por blandir la pala y mezclar el cemento con la arena y la grava para construir quien sabe que cosas, recuerdo que mientras hacia todo eso pensaba dentro de mí: – ¿Porque ella no es como las otras mamás qué solo hacen la sopa? Seguro que había que ser especial para suplir todas las carencias de algún modo, a falta de un esposo ella lo aprendió todo y así silenciosa también nos enseñó a nosotros sus hijos a ser industriosos e ingeniosos.

Ahora que ella ya no está, la extraño, pero queda su esencia en cada uno de mis hermanos, celebro su existencia en mi vida, celebro que la tuve y la vida que me regaló, no la olvidaré jamás y preservaré todo lo bueno que me dejó, y si alguna vez se equivocó, eso se lo dejo a Dios.

Fin.

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