Una brisa ligera mece las copas de los árboles dejando entrever un cálido cielo azul. Esa misma brisa entra por los resquicios de la vieja camisa de Xánder, hinchándola levemente y acariciando su torso, reconfortándolo. Es un buen día para morir. Xánder baja la vista y encara a su enemigo en el otro extremo del claro. Dista más de veinte pasos pero su apariencia amedrentaría a un titán: es un bárbaro enorme, colosal. Pantalones de cuero envuelven unas piernas poderosas, su torso desnudo, inmaculado, parece el de un Dios. El filo de su mandoble tiene casi el mismo tamaño que Xánder y sus largas melenas y barbas trenzadas son heraldos de su poder: nunca ha sido derrotado. En cambio, barba y melena de Xánder son también largos, pero no tanto, él si ha conocido la derrota. Tal vez sea algo bueno, o eso le gusta pensar a Xánder. Un hombre que ha sido derrotado conoce mejor sus debilidades, sus opciones, un hombre así jamás subestimará a un enemigo. Puede que el bárbaro sí lo haga. Cavilaciones. A sus treinta y cinco años, Xánder se siente viejo. Aquél bárbaro tendrá diez años menos que él, es más rápido, más fuerte y, a juzgar por su fama como jefe de clan, también más sanguinario. No tiene ninguna posibilidad contra él. Aun así, Xánder se siente en paz, confiado. Un hombre que ha matado a niños y violado a mujer casada bajo la mirada de los dioses no puede salir impune. Xánder lo denunció ante su caudillo, pero bien la falta de testigos, bien la terrible fama del bárbaro o bien ambas, impidieron que fuera condenado. No le quedaba otra salida, días atrás Xánder lanzó en público sus acusaciones y retó al enorme bárbaro a duelo. Xánder ha hecho los sacrificios necesarios, es el momento de la justicia divina, es su momento.
Justo entre ambos, el sumo sacerdote vigila la santidad y pulcritud del duelo. Es un hombre mayor, anciano, enjuto. Rondará los ciento treinta años. Su piel es blanca como como la sal y sus ojos negros como la noche. El sacerdote pega con su bastón en el suelo y anuncia solemne: —por la memoria de nuestros ancestros y ante la mirada de los dioses, ¡que comience el duelo!
Ambos desenfundan sus mandobles y a paso firme avanzan el uno hacia el otro hasta entrechocar sus espadas. El choque es brutal, Xánder apenas puede resistirlo y y se tambalea, pero es hombre curtido y rápidamente recupera la posición. Como pensaba, el bárbaro no sólo es más fuerte, también es más rápido. Si cree en una victoria fácil tal vez se canse. Xánder se agarra a eso, deja que sea él quien golpee, limitándose a esquivar o a parar, pero los golpes son brutales y Xánder se resiente, no sabe si aguantará. Piensa en su mujer e hijos. Eso le da fuerzas, esta vez es él quien acomete contra el bárbaro, las espadas chocan, utiliza el mango para golpearle en la cara, el bárbaro se tambalea hacia atrás. Ha descuidado la guardia. Xánder lanza una certera estocada contra el abdomen, pero el bárbaro la anticipa y logra desviarla. Ahora es el bárbaro quien ataca, lanza un poderoso mandoble por el lateral, Xánder logra deternerlo pero sus manos se resienten. Está casi sin fuerzas, apenas logra sujetar la espada, el bárbaro se percata de que ha bajado la guardia y logra desgarrar el hombro de Xánder. La espada cae, la sangre brota. El bárbaro mira orgulloso a su presa. Xánder se rinde, ya no tiene fuerzas, se deja caer de rodillas, se apoya sobre la espada clavada en el suelo y agacha la cabeza en señal de sumisión. El bárbaro ha peleado mejor, más rápido, más hábil, con más técnica, merece ganar. Acepta la rendición de Xánder, se acerca lentamente, paso a paso, orgulloso. Mira al sacerdote, éste asiente, el bárbaro levanta el mandoble, luego mira al cielo y dice: —por la memoria de los ancestros y ante la mirada de los dioses que jamás he sido derrotado—. Respira hondo, quiere saborear el momento, le encanta matar. Entonces deja caer la espada. Pero no encuentra a Xánder, ha aprovechado los segundos de distracción para rodar por el suelo y cortarle una pierna. Ahora es el bárbaro quien cae de rodillas, aullando de dolor. La sangre mana. Xánder no pierde un segundo, sabe lo que tiene que hacer. Le corta la cabeza. Siente el éxtasis ha asesino, degusta el momento. Se ha hecho justicia. Alza la testa decapitada y con todas sus fuerzas grita: —¡venganza!
La imagen se congela y unas enormes letras rojas inundan la escena :
“YOU WIN”.
Es una habitación desordenada, con la cama sin hacer, las paredes empapeladas de pósters de anime, Marvel, Star Wars y todo tipo de “friqueces” por el estilo. El olor a sudor se mezcla con el de la pizza barbacoa a medio comer sobre la mesa del ordenador, cuya tenue luz alumbra la figura de Xánder78, con amplia y prominente barriga, uñas largas y sucias con restos de salsa barbacoa ya seca, pelo largo, sucio y pegajoso, lentes de contacto y vestido únicamente con calzoncillos de “slip” blancos y una camiseta de manga. Todo está en penumbra salvo la pantalla del ordenador, donde puede leerse: “YOU WIN”.
Xánder78 pulsa “escape”, abre una nueva pestaña del explorador y teclea “www.guarrillas.com”. Entonces hunde su mano en el calzoncillo y comienza a escucharse el tan rítmico como pegajoso sonido de la masturbación.
BASADO EN HECHOS REALES
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