El hacker murió sentado frente a su ordenador, atragantado por un Big Mac con extra de queso mientras estiraba el brazo intentando alcanzar su refresco alto en calorías. Su cabeza cayó con estrépito sobre el teclado. Poco después se encontraba a las puertas del Cielo. 

San Pedro le dio la bienvenida con un gesto rutinario, consultando su Ipad.

– Hola, usted es… – alcanzó a decir el conserje celestial, antes que el recién llegado le interrumpiera con una pregunta.

– ¿Hay wi-fi? – inquirió el hacker, a modo de saludo.

Con beatífica amabilidad, San Pedro le explicó que el protocolo para la admisión de nuevos miembros exigía una comprobación exhaustiva de su perfil. Esos pocos segundos de aclaraciones le bastaron al hacker para piratear el password de la conexión inalámbrica “Wlan-Heaven 33”.

– Uh, qué poquita señal – se quejó, y se desplazó unos metros, orientando su smartphone en varias direcciones con la esperanza de conseguir una o dos rayitas más de cobertura. 

El viejo se armó de paciencia, meneando su cabeza con frustración, haciendo bailar la aureola que flotaba sobre su coronilla. Tomó aire y soltó su speech de un tirón para evitar nuevas interrupciones.

– Todos sus datos de usuario están registrados en una nube, concretamente el cirrocúmulo 276907362-Xf – dijo señalando con su dedo índice, leñoso como un sarmiento, en dirección una hilera de nubecitas del tamaño de una caja de zapatos, todas ellas numeradas – Así que más le vale prestar atención, porque vamos a proceder a examinar su expediente. ¿Estamos?

– Protocolo, vale, lo pillo – dijo el hacker, sin dejar de teclear con ambas manos en su smartphone.

– Veamos qué tenemos aquí – continuó el anciano, deslizando su índice sobre la pantalla del Ipad – . Pirateo masivo de claves wi-fi, descargas ilegales de contenidos con derechos de autor, acceso compulsivo a webs porno.

El hacker bajó la cabeza. San pedro sonrió con satisfacción, y continuó leyendo el informe.

– Informático. Cuarenta y tres años. Ciento veinte kilos de peso. Divorciado – dijo, y levantó la pantalla -. ¿Qué pasó? ¿Le pilló su mujer dándole a la zambomba frente al ordenador?

El hacker negó con la cabeza, y le explicó lo que ocurrió en realidad. Al parecer, una tarde se distrajo al enviar un WhatsApp que iba dirigido su amiguita, pero se lo envió a su esposa por error.

– La típica cagada del WhatsApp – apuntó el anciano, solidario, asintiendo con la cabeza – ¿Y qué decía el mensaje?

– “Mi pendrive ♥ tu ranura” – contestó el hacker, avergonzado.

El venerable guardián se mesó las barbas, pensativo.

– La imagen es bastante gráfica – musitó, intentando borrarla de su mente – , pero… ¿Por qué su esposa interpretó que el mensaje no iba dirigido a ella?

– Es que envié un segundo mesaje, algo así como «No hay moros en la costa, mi esposa está en pilates». 

– ¡Acabáramos! . – dijo el santo, aguantando la risa –  Y eso que lo escribió con la mitad de caracteres: «spsa», «pltes»…

– No se preocupe, anciano. Tampoco es que mi exmujer fuese una esposa perfecta. Muchas veces llegaba yo a casa, agotado después de diez horas del trabajo, a las nueve de la noche, y la cena estaba sin imprimir. ¿Para eso me gasté el sueldo de seis meses en tecnología 3D?

El anciano, sonriendo todavía, continuó examinando el historial del hacker hasta que, de pronto, frunció el ceño.

– Esto tiene mala pinta – dijo señalando el Ipad -. Veo que le gustaba acceder a los ordenadores de todo el mundo, y husmear en la vida privada de la gente. Un pecado grave, créame. Me temo que no voy a poderle dejar entrar. Lo siento.

– Obama también lo hace. ¿Le van a mandar al infierno también? – replicó el hacker.

– Obama es una persona poderosa, ciertamente – concedió el viejo – . Pero el día que llegue aquí, si es que llega, tendrá que pasar por el mismo filtro que está pasando usted. 

El hacker comenzó a teclear compulsivamente un tweet en su smartphone.

– ¿Qué está tuiteando, alma de cántaro? – preguntó el santo barbudo, con curiosidad y un poco de fastidio.

– Ya verás tú cuando Obama se entere de cómo funcionan las cosas por aquí.

– ¡No haga eso, insensato! – suplicó el viejo, haciendo aspavientos. Sus brazos huesudos asomaron bajo las mangas de la túnica.

– ¡Les va a caer aquí un marrón que-te-cagas! ¡Esto se va a llenar de agentes de la CIA, del FBI, de la NSA…! Así que… O me admiten en este club, o me veré obligado a publicar el tweet. Usted decide – amenazó el hacker, acercando su dedo índice a un centímetro de la pantalla táctil.

– ¡No, no! – suplicó el anciano.

– Y los del Servicio Secreto de Obama – continuó el hacker, amagando un click -. Esos también vendrán por aquí, no le quepa duda. Espero que tengan un buen surtido de licores. Aunque ahora que lo pienso, será mejor que escondan la bebida. Esa gente es más peligrosa cuando está fuera de servicio.

– ¡Está bien! – dijo San Pedro, bajando los brazos -. Pase usted, pero no me monte un escándalo.

– Por fin nos vamos entendiendo – dijo el hacker, y enfundó el smartphone en la cintura, como si fuera un revólver.

– Lo único… – prosiguió el anciano – debo advertirle que, como usuario de PC que ha sido usted, el protocolo celestial incluye una temporada de desintoxicación en el purgatorio, hasta que esté libre de virus, y esas cosas…

El hacker hizo un amago de desenfundar su smartphone. Eso fue suficiente para hacer callar al abuelo.

– Pero creo que podemos hacer una excepción – farfulló, empujando al hacker hacia dentro, rogándole silencio con un gesto. 

El visitante y su guardián se adentraron en un camino empedrado que transcurría entre dos hileras de bungalows construidos con un material que al hacker le pareció algodón de azúcar. Pero esa imagen no le distrajo de sus oscuros pensamientos. Y es que no podía quitarse de la cabeza la humillante discriminación que sufren los usuarios de PC por parte de los maqueros, una secta, según su opinión, que al parecer estaba muy bien situada en las esferas de poder, allí arriba. 

– ¡Por cierto…! – gritó cuando ya no pudo más, contraviniendo la advertencia del anciano – ¡Los Mac también se cuelgan de vez en cuando!

De pronto oscureció a su alrededor, y su imagen quedó aislada en un círculo blanco rodeado de sombra, iluminado por un potente cañón de luz, como los del circo. San Pedro corrió a esconderse en su garita. 

– Repite eso si te atreves, eves… – atronó una voz con eco, que le resultaba familiar.

El hacker miró hacia arriba, temiéndose lo peor.

– ¿Steve Jobs? – preguntó, aterrado.

La oscuridad desapareció tan rápido como había llegado, y una luz insoportablemente blanca cegó las pupilas del desdichado y sobrealimentado hacker. Aun así, pudo distinguir la inconfundible figura del fundador de Apple, con sus vaqueros y su oriller oscuro, como siempre. Sólo que ahora flotaba un triángulo sobre su coronilla. 

– Así que los rumores eran ciertos – acertó a decir el hacker.

Sin dignarse a contestar, Jobs convirtió su mano derecha en un puntero gigante con el que arrastró al recién llegado hasta una nube con forma de papelera.

– ¡Saluda a Bill Gates de mi parte, arte…! – reverberó de nuevo Steve Jobs mientras sacaba brillo a una manzana Golden frotándola en el antebrazo de su oriller, para después morder un sólo bocado y ponerla con las demás. 

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