Estoy en mi habitación, media tarde de un verano caluroso, como son en Madrid. Me he medio obligado a sentarme en vez de huir corriendo a la sombra de algún parque, porque me he propuesto escribir una entrada para mi blog. Llevo semanas sin tocarlo, y la idea inicial era que se convirtiese en una herramienta de trabajo, algo que me obligase a investigar y mantenerme informada sobre mi área profesional, por aquello de tener que compartirlo después con otros, y que a ellos también pudiese serles útil. Sin embargo, hace algún tiempo que estoy holgazaneando con ello.

Mientras ojeo un ejemplar de la revista MIT Technology Review, que alguien que no soy yo ha dejado tirado sobre la cama, me viene a la mente algo que en parece no tener mucho que ver con los artículos que van sucediéndose con el batir de páginas. Sin embargo ahí está.

Hace unos meses se dio la noticia de la muerte de uno de los jóvenes actores de una serie americana bastante conocida. Cuando entré en mi Ipad a leer el periódico, cliqué en la noticia, y rápidamente aparecieron un buen montón más de ellas, relacionadas con el mismo tema. Mi dedo (más rápido que mi cabeza), me llevó a ver un video que había grabado en su móvil, dentro de un avión comercial y durante el vuelo, la madre de uno de los fans de este actor. Aparecía él mismo, saludando y aconsejándole al chico que cuando fuese mayor se convirtiese en alguien mejor de lo que él era. Cuando meses después el actor falleció, por sobredosis de alguna droga, el video fue subido a internet. Se convirtió en viral, un video visto por millones de personas. La difusión en las redes sociales de la muerte de este hombre fue apoteósica. Era imposible disfrazar la ficción después de todo aquello, así que la cadena que emitía la serie realizó un capítulo especial de despedida, casi paralelo a la realidad. Sus compañeros (por lo que sabemos también amigos) incluso su novia, otra actriz de la serie, lloraron ante las cámaras por él. Recuerdo que cuando lo vi me sentí muy extraña, y no supe qué pensar sobre todo aquello… Realmente no había visto nada igual en mi vida.

Otro día, mientras sorbo mi plato de sopa durante la cena, me engancho a un documental en el que hablan de cómo de aquí a menos de cincuenta años vamos a poder hacer una copia de seguridad de nuestros cerebros. Así que cuando muramos, solo habrá que pasar la información del pen drive a otro ordenador y listo. Los científicos debaten si será una máquina o bien un ser vivo. La torta redonda sería un clon de uno mismo. Creo recordar que lo llaman el fin de la mortalidad. Yo estoy confusa, porque no termino de entender que ese otro ser tenga algo que ver conmigo. Me parece una falacia comparar la reencarnación con la transmisión de datos.
Esta mañana sin ir más lejos, he tenido una conversación muy interesante con mi novio, al que por cierto, conocí hace casi dos años en una de esas páginas web de contactos que te aseguran que allí puedes conocer a la persona de tu vida. En mi caso, desde luego, tantos test de compatibilidad y conocerse por email antes de verse en persona, fue dar en la diana. Respecto a la conversación de esta mañana, estábamos hablando de eso que ahora está tan de moda, el Big Data. Yo estoy bastante lejos de ser una friki de la informática, pero él por exigencias de trabajo asiste con frecuencia a conferencias donde se mueve mucha información sobre este tema. Me decía que ya existen sistemas de datos capaces de interactuar con la información de tal forma que pueden predecir el futuro, como narraba la película Minority Report.

Siempre se había pensado que las personas somos impredecibles, porque vamos aprendiendo con cada segundo que pasa, y con cada nueva experiencia nuestra personalidad y por ende nuestro futuro van cambiando. Ahora, sin embargo, empieza a ocurrir que los rastros de información que vamos dejando, como una especie de ciber basura (las páginas donde entramos, los servicios que contratamos, las medicinas que tomamos o las enfermedades que padecemos) se almacenan, interactúan y forman estructuras que permiten predecir comportamientos, gustos, deseos y hasta debilidades del presente o del futuro. Las aplicaciones del Big Data son incalculables. Comercial, sanitaria, educativa, económica, medioambientalmente… El impacto que va a tener en nuestras vidas es difícil de prever. Detrás de cada puerta que abre este conocimiento, hay otras tres puertas esperando a abrirse también.

Trato de visualizar a Julio Verne, o a Miguel Ángel imaginando algo así, y creo que ellos ya lo intuyeron entonces. La pregunta nunca fue si algo es posible, si no cómo hacerlo posible.

Entonces imagino para todos la posibilidad de que un médico pueda acceder a la información sanitaria que un paciente ha generado durante su vida, y que en base a esto, el Big Data pueda dar un feedback a ese médico sobre enfermedades futuras, medicina preventiva, o vacunas personalizadas para cada paciente. El diagnóstico a distancia ya es más que realidad hoy. Y pensando en el futuro, ¿Cuantas vidas podrían salvarse en países que sufren guerras, hambrunas, o catástrofes climatológicas, y que están en grave riesgo por falta de recursos humanos médicos de emergencia?

Salgo a la terraza y miro mis plantas con ternura. Me parecen tan inocentes, tan inmersas en sus propios procesos, tan constantes e inconscientes de lo que aportan al mundo, de cómo lo modifican y le dan vida. Ellas convierten este planeta en el lugar que yo amo y conozco. Siempre que las cosas se complican de alguna manera, yo vuelvo a ellas, porque me recuerdan la sencillez y la importancia de relativizarlo todo. No puedo imaginarme a una planta teniendo una lucha interna consigo misma, sintiéndose culpable o castigándose por no haber sido capaz de dar flores esta primavera. Ellas solo hacen lo que tienen que hacer, su vida es pura constancia y serenidad. Saben hacer aquello que importa. Y por eso prevalecen, reinan, y por eso el mundo existe y nosotros respiramos. Para ellas la tecnología ha pensado también un futuro mejor que el presente, para que dejen de estar en los arcenes de las carreteras, en los jardines privados y en los márgenes de las ciudades, huyendo, fugitivas de un juicio injusto. Para ellas ya empiezan a construirse ciudades en las que los coches circulan por debajo de la tierra, sin atasco ni contaminación, mientras ellas ocupan su lugar al sol. La ciudad prometida se llama Masdar, y hará sombra a la casi vecina y soberbia Dubai, ya rebautizada por muchos como la ciudad del pasado, por sus insostenibles infraestructuras y lujosas pero chillonas e insolentes edificaciones. Masdar es una ciudad en la que se pretende poner en juego todo lo que sabemos sobre energías limpias, y sobre sostenibilidad. Una cuidad construida desde su inicio pensando en el respeto.

Sentada en la terraza, observo como sol empieza a ocultarse en el horizonte, y mientras el viento se torna fresco por fin, cierro los ojos y dejo mi mente rodar sola, hacia Masdar o más lejos aun. Hacia las nubes. Mis plantas se mueven contentas, acompañando a la brisa.

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