El código de las estrellas

El código de las estrellas

Parece que llegó el momento en que le diga «adiós» a las redes sociales… En Europa y otros países en crisis, intentan solucionar los problemas de la modernidad retrasando el tiempo de jubilación… A mi PowerPC Mac Mini ya me lo jubilaron anticipadamente, aun cuando operativamente no tiene problemas… Intenta «actualizarse», pero no lo dejan… Es como mi perra. Sigue los pasos y suerte de su dueño… Ya seremos tres los que tendremos que conformarnos con re-roer los huesos desenterrados y ladrarle a las inalcanzables estrellas…

Dije… ¿estrellas… ¡Pero si todo parece indicar que muchas de las que observamos cada noche, ya no existen tampoco…! Entonces, ¿para qué querer alcanzarlas…? Tal vez ninguna exista y lo que observamos cada noche en que alguna inspiración poética nos invade, es nada más que una imagen de una realidad que alguna vez fue, pero que ya no, y lo que creemos ver es sólo un aura que viaja por un espacio igualmente inexistente. Una imagen etérea…, si es que el éter es.

Retorno a mi querido Mac. Sólo puedo encontrar en su memoria imágenes, palabras, narraciones que alguna vez fueron… ¿Fueron, realmente, fueron alguna vez, reales, tangibles? Pienso en mi afición al Photoshop, que en su vieja versión 4.11 aún corre, fatigosamente y en las innumerables veces en que tomé figuras –que yo creí reales– y las transfiguraba a mi antojo y cómo, cual cibernético Pigmalión. me enamoraba de mis obras y rogaba a una mítica Venus que les concediera vida, aunque fuera efímera. No sé si mi ruego fue escuchado por la diosa o si todo ha sido producto de mi imaginación. Sólo recuerdo que esa noche, como tantas otras, en que me sumí  en profundo sueño sobre el  teclado, intentando ponerle humana voz a mi Galatea cibernética, la imaginación me llevó en un sueño a través del Universo tomado de la mano de un desconocido kubernites, que íbame explicando el significado de cada cuerpo celeste en ese código en que se cifraba lo único real resultante, esa infinita espiral que, girando sobre sí misma adquiría las formas igualmente infinitas en que se basa aquello que llamamos realidad que no tiene pasado ni presente ni futuro. 

En un momento me sentí inmerso en una soledad sin límites ya sin guía, y temí la inmovilidad que me anclaba a un no ser y, de pronto arrastrado al interior de aquel túnel en que lo único inteligible por mí era yo mismo, pero ya sin forma, sin sentidos, sin tiempo, sin un alfa ni un omega…

“…iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…”

El agudo sonido me arrancó de mi sueño, aún de noche. En medio de la oscuridad reinante un punto de luz blanca me indicó, como un faro en una noche en medio de un mar en calma, que había llegado al destino final de aquella búsqueda, ahora, definitivamente, para mí inalcanzable: mi Mac, mi querido Mac Mini ya no existía más; sólo ese punto de luz y ese “iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…” interminable era todo lo que quedaba. Tal vez si era el aviso de que, al menos él, había alcanzado las estrellas, y esa vocal aguda que exhalaba como un aullido, era su ladrido de triunfo a lo imposible alcanzado en el límite mismo de la nada.

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