….. la volvería a esperar como todas las noches anteriores la había esperado desde hacía ya casi un año. Era a partir de las diez de la noche cuando sabía que la encontraría, pero algunos días ella se conectaba antes y en esas ocasiones le daba gracias a Dios por poder disfrutar de un poco más de tiempo a su lado. Desde el día en que la conoció esperaba cada noche con tranquila impaciencia la hora del encuentro, pero desde aquella primera vez que por casualidad la encontró conectada antes de lo habitual, desde ese día se sentaba delante del ordenador desde horas antes haciendo verdaderos esfuerzos por controlar la ansiedad que le desbordaba cada vez que encendía  el ordenador.

El día de su trigésimo segundo cumpleaños sus padres se separaban, y fue eso lo que finalmente le decidió a irse de casa. Como heredada de sus padres, su vida afectiva nunca pasó del fracaso y quizás por eso huía de las relaciones personales, le resultaban demasiado incómodas y en el fondo inútiles, y consideraba que le consumían un tiempo y una energía preciosos. Había aprendido a tratar con recelo a todos los que le rodeaban, aun así una mezcla entre envidia y resentimiento le embargaba cada vez que veía como se relacionaban sus compañeros en el trabajo y a él lo obviaban, pero lo que más le jodía era la naturalidad con la que lo hacían. Como el resto del mundo, eran y serían siempre unos desconocidos, extraños con vidas extrañas que no le aportarían nada, y tampoco tenía demasiado interés en que fuera de otra manera. 

A pesar de ello en el fondo se sentía despreciado, y como defensa ante un mundo que consideraba ajeno a él seguía engañándose pensando que eso no le importaba, y llegó a creérselo, lo que le concedía cierta dosis de tranquilidad y le facilitaba el desapego hacia todo y hacia todos, pero en su fuero interno nada de eso le encajaba y lo sabía, ansiaba el contacto, necesitaba tener, sentir cercano a alguien (Dios Mío!, al menos a alguien!), y cuando pensaba en ello no podía evitar que el estómago se le revolviese, algo capaz de joderle el día y una vida entera si dejaba que se le quedase dentro, por eso había aprendido a controlarlo, a identificar el momento en que empezaba a enraizársele, y a apartarlo de su mente, se había convertido en un autentico experto en supervivencia emocional, incluso en los contados momentos en los que se permitía el lujo de parase a pensar en lo que había convertido su vida, llegaba a experimentar una sensación de control  que le hacía sentirse moderadamente satisfecho con ella.  

Fue en una de sus muchas noches de sexo frio por Internet cuando la encontró, casi por casualidad, escondida entre páginas de contactos entre las que a él le gustaba perderse a veces dejándose llevar entre la necesidad y la fantasía de encontrar el algo más que su rutina nocturna ya no le proporcionaba. No sabría decir que le atrajo de ella, quizás la timidez que traslucían sus palabras, o que éstas le hicieran sentirse poseedor de un atractivo que nunca tuvo, pero lo que fuera le bastó para sentirse atrapado por ella desde ese primer momento. La relación que iniciaron no tardó en ser algo más, mucho más que simples conversaciones de madrugada. Se encontraban cada noche sobre la misma hora y las experiencias diarias que empezaron compartiendo, enseguida dejaron paso a las confesiones, íntimas, personales, se desnudaban uno frente a otro amparados por la distancia, escondidos tras el espacio que los separaba. Esperaba ansioso cada noche el momento de encontrarla con la ilusión que hacía años que no sentía, deseaba, necesitaba tenerla cerca, sentirla cerca, todo lo cerca que la extraña relación que mantenían le permitiera. Pensaba en ella continuamente, se excitaba con la sola idea de volverla a encontrar a la noche siguiente. “AlmaArdiente” consiguió despertar en él experiencias no sentidas, nunca había vivido nada igual, el grado de degenerada desinhibición que le permitía conectarse como “SolitarioBD” superaba con mucho las tristes sesiones de autosatisfacción que hasta entonces mantenía cada noche delante del ordenador. Nunca había estado tan cerca de una mujer, de esa manera no, no con ese grado de intimidad, no con esa seguridad, no experimentando ese contacto tan cercano y a la vez tan distante que le permitía decir y sentir cosas que nunca habría dicho ni jamás sentido, pero sobre todo, lo que realmente le llenaba hasta desbordar su vacío, era sentir que ya no estaba solo.

Como una adicción, vivía cada día pendiente de que llegara el momento de encontrarse con ella, de encontrarla ahí, al otro lado de su ordenador, ansiaba el pobre contacto que mantenían, porque ese único contacto le daba la vida, le devolvía la vida que cada día los demás le restaban. Fantaseaba una y otra vez con conocerla, cómo sería ella, soñaba con todas las cosas que le diría y especialmente, con las que ella le diría a él. Se excitaba cada noche imaginando su cuerpo desnudo, su olor, el tacto de su piel, el color de esos ojos que le mirarían pidiéndole sus caricias, y la forma de aquellos labios que le susurrarían lo que él tanto anhelaba escuchar: soy tuya mi amor, te quiero con locura y siempre te querré.

Desde muy pequeño Antoñito intuyó que algo lo hacía un niño distinto de los demás, quizás por la forma de mirar a sus compañeros de clase cuando tras el partido de futbol él sentía la necesidad de compartir con ellos algo más que las duchas del vestuario.

Vivir en aquel barrio no se lo puso más fácil, al contrario, el endémico resentimiento que contaminaba a todos los que allí se hacinaban se manifestaba cada día en brutal y desesperada intransigencia hacia todo aquello que podía convertirse en blanco de sus frustraciones, y Antoñito era víctima propicia, sobre todo después de que alguien lo viera de la mano de un amigo una noche en la feria de un pueblo vecino. Él hubiera deseado que aquel momento hubiera  sido inolvidable, pero de otra manera.

Huyó, llevó su vida a otro lugar, lejos de aquel pozo de fracaso habitado por gente vacía que cada día se esforzaba en darle sentido a su vida viviendo la de los demás. Él tenía muchas cosas que compartir, pero no esa, no así.

No tardó mucho en encontrar alivio a la soledad a la que le obligaron, justo el tiempo que tardó en descubrir que existían rincones donde podías ser lo que quisieras cuando quisieras y donde siempre podías encontrar a alguien peor que tu. “AlmaArdiente”, por qué no, le pareció un buen nombre tras el que esconder todo su vacío y su necesidad, al fin y al cabo ese nombre reflejaba como se sentía.

Tampoco le hizo falta buscar para encontrarle a él, fue también casualidad, o quizás fuese el frecuentar los rincones donde se refugian los desesperados por encontrarse a sí mismos lo que le unió a él, o quizás porque tanta desesperación atrae la misma desesperación, sea como fuere aquella noche la vida le devolvía la oportunidad que le había quitado hace mucho tiempo, la vida le devolvía la vida y no pensaba dejarla pasar. Nunca olvidaría el día en que conoció a “SolitarioBD”, tan tierno, tan cariñoso y tan salvaje a la vez, pero sobre todo tan desesperadamente solo como él.

Entre las muchas cosas que compartieron nunca estuvo su secreto y eso no le preocupaba, quizás al principio un poco, pero con el tiempo esa incómoda sensación se fue diluyendo en la felicidad que el contacto diario le proporcionaba, además no hacía falta, la distancia, como seguro le pasaba a él, también le salvaba de sus miedos, además al fin y al cabo le estaba regalando algo que no le había dado a nadie hasta entonces: todo su ser.

Sí, estaba seguro, así lo pensaba y por fin esta noche se lo diría, sin duda, esta noche sentiría la necesidad de decírselo, el deseo tanto tiempo amarrado le hacía sentir valiente y esa noche la valentía encontrada le haría dar el paso. Sí, esta noche le diría que era toda suya, que le amaba con locura, y que ese sentimiento jamás se perdería.

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