Odio despertarme diez minutos antes de que suene el despertador, nunca consigue que me levante, pero me pone sobre aviso de que hoy tampoco será un gran día. Aún tumbado estiro la mano palpo el ebook, lo enciendo y con la poca claridad que entra por los cristales releo los últimos párrafos de la noche anterior. Los debí leer ya con los ojos cerrados porque no me acuerdo de nada. Hay pequeños vicios de los que cuesta mucho desprenderse y el de quedarme dormido con un libro, aunque ahora sea de plástico, siempre me ha parecido irrenunciable. Este le tengo desde hace un par de años, me lo regalaron y ya viene con más libros de los que seré capaz de leer en mi vida. Voy a rachas, ahora, con esto de la crisis, estoy leyendo algo de teoría política, de economía y lo mezclo con Saramago o Eduardo Mendoza. Los Sartre, Dostoyevski  o Camus son mejor para el invierno. Lo malo de los libros de ahora es que constantemente tienes que cargarles la batería, pensar en una “fábrica de sueños” enchufada en una red eléctrica para vivir es como la respiración artificial en un humano, con la diferencia de que los sueños nunca deberían poder morir, pero menos aun quedarse sin batería.

 En el bar de al lado siempre me dejan cargarlo mientras echo un vistazo al periódico, la verdad es que le echo morro y muchos días, todos, aprovecho y cargo el teléfono, a veces incluso el ipod. Me tomo un café, con leche en vaso, y me voy. Apenas cruzo  un par de palabras con el dueño, siempre hay un “buenos días” y un gracias, pero a esas horas no hay ganas de charla. Hablo más con él que con mis amigos, eso es porque no tengo su whassapp si no nos hablaríamos como todo el mundo, con emoticonos. Parecemos mimos palpando una pared invisible, nadie a nuestro alrededor puede ver los muros, nos comunicamos, nos vemos, nos tocamos, pero nuestra cercanía se desvanece con un suspiro, con una brisa, con un double check. Queremos que la gente nos rodee, nos meza, nos adule, queremos compañía, queremos amor, queremos amistad, queremos independencia, lo queremos todo sin perder nuestro Peter Pan. Pero Peter Pan ya se fue, se perdió en los ojos tristes, se perdió en nuestros ombligos, chocó contra el muro invisible de nuestro mimo y aún sigue en el suelo aturdido, esperando un suspiro, una brisa, un double check. La vida es lo que pasa mientras esperas que te respondan al whassap, y yo sigo a la espera.

Poco a poco se va desentumeciendo el cuerpo y es cuando te enfrentas al  momento de hacer del día una realidad, y hoy me da mucha pereza. Empieza a ser más evidente el dolor de cuello y espalda, ahora, con los ojos cada vez más vivos, van cayendo sobre mi como gotas de lluvia las dudas de los días sin rutina, me incorporo, miro hacia la calle y aún con medio cuerpo arropado observo a la gente a través del cristal, los mismos todos los días, las mismas caras somnolientas, las mismas horas, los mismos minutos y casi los mismos segundos, autómatas de sangre caliente con almas gélidas, todos con sus ipods, con sus ebooks, con sus móviles, en sus pequeñas y confortables burbujas, cruzándose sin tocarse en un imposible lienzo variable a cada segundo. Es fascinante como nos esquivamos sin mirarnos, recelosos de un contacto humano que se nos hace cada vez más extraño, se establece el proceso de conocimiento del otro al igual que los procesos de compra, todo empieza por el marketing y termina en atención al cliente, así que mejor guardad vuestras facturas. Tengo los pies helados y eso que he dormido con calcetines, como dice la canción esa de Pereza “con los pies fríos no se piensa bien” así que me pongo otro segundo par de calcetines gordos y me calzo las botas. No me gusta Pereza pero la mente tiene caminos inhóspitos para trasladar ideas y a mí esa frase me acaba de recordar que con hambre tampoco se piensa bien y ayer no cené. El estómago empieza a gemirme como un moribundo justo cuando empieza a sonar el despertador, ya sí que no queda otra que levantarse. Recojo sin ganas pero repaso varias veces, una vez fuera volver supone demasiado, guardo las cosas en la mochila, piso la calle justo cuando salen del bar y se dirigen hacia aquí, ellos entran en su oficina, yo salgo del cajero que desde hace un mes es mi habitación. Yo no digo nada, ellos no me miran. Me voy al bar, cruzo un buenos días y enchufo el móvil, nunca se sabe cuándo llegará esa oportunidad de trabajo, el café llega, como siempre, de regalo porque ya ni recuerdo la última vez que pagué, siempre será “con el próximo sueldo” y mientras enchufo el ebook a la red deseando poder leer el capítulo que ayer me robó el sueño no se me quita de la cabeza, ¿ qué diferencia un sueño muerto de uno sin batería?.

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