Desde el andén vi cómo tirabas partes de ti a la vía. Arrojaste tus manos y con ellas tus dedos de pianista. Tu cabello se abrió como un árbol en el duro salto. Dejaste caer las piernas y tu zapato rojo se quedó atravesado en la caída. Lo último que vi en esa amalgama de imágenes fueron tus ojos de soledad mirándome, mientras las puertas se abrían y desaparecías para siempre rumbo a otra estación, a otra parte.
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