Por un paso efímero y en movimiento Lara fantaseó todo el lugar. Vio en el andén arcángeles que masticaban lágrimas empapadas de alcohol, sonrisas que dejaban entrever oquedades, brazos agitados formando con su cuerpo lo más parecido a un símbolo de un instrumento musical, mitológico y silencioso.
Lara, apoyada en mi hombro escribía en su cuaderno portugués de tapas amarillas: «no necesitabas hablar para contarme a gritos que tenías hambre; belleza, te sobra, jamás el verde rocanroleaba con el azul con tanta sintonía»
El tren siguió su recorrido sin parar hasta la frontera con Bulgaria, subieron las ventanillas y rociaron el tren con desinfectante. Lara, dormía mientras su cuaderno rodó por sus rodillas hasta caer al suelo
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