– Oye, Ignacio, ¿Y qué es una beca, como una especie de premio?<?xml:namespace prefix = o ns = «urn:schemas-microsoft-com:office:office» />

 -No, es sólo que me pagan los gastos para poder venir al colegio porque mis padres no pueden pagarlo.

 Ignacio no era de mis mejores amigos, ni siquiera puedo decir que fuese amigo mío de verdad. Conocido, sí, nos llevábamos bien, pero nada más. 

 Estudiamos juntos en la misma clase desde los 4 años y alguna vez, cuando los pupitres aún eran compartidos, fuimos compañeros de bancada, sin embargo nunca llegamos intimar. 

 Serio, no sé si tímido, aunque sí introvertido y muy callado, Ignacio era delgado y muy alto para su edad, lo cual junto a su precoz madurez le hacía parecer mucho más mayor que los 14 años que en realidad le acompañaban.

 Quizás por su físico, puede que por su forma de ser o bien simplemente porque nunca entraba en nuestras diatribas pueriles, Ignacio era muy respetado en nuestra clase, nadie se metía con él y no se buscaba líos, aunque la verdad es que tampoco tenía amigos.  Llegaba siempre sólo y puntual a clase y nunca se quedaba en los corrillos que los más remolones formábamos al final de cada jornada.

 Siempre me llamó la atención su tosca forma de vestir, nada de marcas, siempre el mismo modelo de zapatillas, unos vaqueros gastados y las camisetas ajustadas negras con dibujos y palabras raras.

 Se rumoreaba que su pelo rapado era para mantener a raya los piojos, algo bastante habitual entre los compañeros. -Así nunca lo veremos rascarse, no vaya a mostrar un signo de debilidad. -Decían algunos en tono evidentemente sarcástico. Los más valientes, siempre a escondidas, también rumoreaban que Ignacio no tenía padres, que vivía sólo y que por las noches se dedicaba a vagar por las calles en compañía de otros chicos en su misma situación.-¡Pobre Ignacio! -Pensaba yo.

 En el fondo yo admiraba a Ignacio, callado pero educado, nunca tuvo una mala palabra para mí. Alguna vez le pedí que me dejase copiar sus deberes, esos que olvidaba hacer la tarde anterior. Y él, con una mueca amistosa siempre accedía. Si no fuera por su extraordinaria timidez, podría llegar a ser  un líder nato, pero ese empeño en no querer relacionarse con el resto de los  compañeros… ¿Qué escondía Ignacio?

 Fue un viernes por la noche y yo volvía a casa tarde. Tarde al menos para mí, porque eran pasadas las 10 y mamá siempre me castigaba si llegaba después de las en punto, así que la reprimenda estaba casi asegurada… salvo que entrase sin hacer ruido y ella estuviese medio dormida viendo alguna película en la televisión. Eso era lo único que todavía podía salvarme.

 Como siempre, volvía sin dinero, así que no pude coger el autobús, lo cual suponía pasar por un descampado oscuro de esos que salen en las pelis americanas. Pero esto no era Baltimore, y a pesar de lo que contaban, a mí nunca me dio miedo cruzarlo, ya era casi un hombre y nunca había tenido el más mínimo sobresalto a pesar de las pandillas que siempre merodeaban por allí.

 Esa noche fue distinta. Me di cuenta desde el principio, cuando vi aquel corrillo de sombras. Sin embargo, el escalofrío que recorrió mi cuerpo no fue suficiente para hacerme retroceder, mis ganas de llegar a casa superaba a cualquier tonto temor que el niño que todavía llevaba dentro pudiese percibir.

 Conforme me iba acercando noté que aquellos chicos se fijaban en mi, incluso me señalaban, por un momento sentí miedo, es cierto, pero ya era demasiado tarde para cambiar mi trayecto.

 A pesar de aquel tiempo primaveral, sentí un frío repentino, la piel se me erizó y mis labios empezaron a tiritar al ver a aquellos dos chicos darse la vuelta y acercarse hacia mí. 

 De repente, pude distinguir a uno del grupo, ¡era Ignacio! -¡Qué tonto! -Exclamé. -¡Y que por un momento me haya asustado! 

 Alcé mi mano y dije en voz alta: -Eh, Ignacio, ¿qué pasa?

 Los dos chicos miraron hacia atrás y comenzaron a reírse. -¿Ignacio, ha dicho Ignacio? ¿Se refiere a ti, Nacho? ¿Lo conoces?

 Ignacio también se acercó. Por fin, estábamos frente a frente. Era curioso, en el colegio siempre me llamó la atención lo distinto que él era al resto, sin embargo, allí, junto a sus amigos, parecía uno más, mismo corte de pelo, camiseta ajustada con una especie de cruz deformada en el centro, vaqueros y, eso sí, unas bastas botas negras que nunca antes le había visto puestas.

 Su cara no era muy amistosa, yo no entendía nada, así que sonreí y volví a saludarle: -Hola tío. -Dije haciéndome el guay, tratando de disimular el miedo que me había vuelto a congelar el alma.

 -¿Tío? ¡Será cabrón el negro este! Venís a nuestro país, nos quitáis el trabajo, ¿y encima nos perdéis el respeto?

 – Pero yo nací aquí, yo soy esp…

 No vi venir el primer puñetazo, aunque tampoco me dolió, la verdad, pero me golpeó lo suficientemente fuerte para no dejarme terminar la frase. 

 -Español, soy español, como vosotros. -Eso era lo quería decirles.

 Fue al tercero, o quizás al cuarto tortazo, no lo recuerdo, cuando perdí el equilibrio. Entonces intenté acurrucarme en el suelo, tapándome la cara con las manos y tratando de convertir mis codos y rodillas en un escudo para el resto de mi cuerpo, pero era inútil, demasiadas patadas y golpes con aquellas botas tan duras y que yo sentía tan frías. 

 Ignacio, con un gesto raro, ¿quizás era de odio? Tan sólo miraba. 

 Pronto dejé de oír sus gritos e insultos, más tarde toda aquella sangre que brotaba de mi boca ya no me sabía a nada, mis brazos dejaron de tener fuerza y mis ojos dejaron de ver la luz de aquella farola que me cegaba…  Y de repente, volví a sentirme bien. Ignacio desapareció, igual que sus amigos, el asfalto se transformó en mi cama, y yo me sentí tranquilo, feliz, como un domingo cualquiera por la mañana.

 Mamá entró en mi cuarto,  me bajó un poco la persiana, se acercó y me dio un beso. -Tranquilo, dormilón, sigue durmiendo, no pasa nada. -Me dijo susurrando mi cara. 

Y así, con su olor todavía en mis labios,  con una leve sonrisa, cerré los ojos, como ella me había dicho, sintiendo la ruidosa canción de una sirena de ambulancia que se iba acercando. -No te preocupes, mamá, ya me duermo…

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