DEPORTE EXTREMO: SUPERVIVENCIA

DEPORTE EXTREMO: SUPERVIVENCIA

DEPORTE EXTREMO: SUPERVIVENCIA

Escribió en el papelito con letra de “hasta cuarto grado porque mamá no me puede traer y está todo embarrado donde yo vivo”:

   3 paquete de arina

     1  azucar

    2  leche

    1 aceite

   medio de sal

  1 yerba

  por fabor las más varatas. Grasias, la Carmen

    Lo puso en el bolsillo del pantalón del Raulito que todavía no tenía agujeros, y los mandó, a él y a María, al almacén de don Cosme. Decile que lo anote en la libreta negra, que falta poco para que empiece el mes y le pago. A veces encargaba media docena de huevos, un kilo de polenta de la común o arroz partido. ¿Cuánto hace que no hay un pan de manteca o queso en casa? pensó, con la esperanza de que alguien se los regalara para fin de año. Se rió por lo tonto del deseo. Si total  a los chicos les gusta el pan con aceite y nunca comieron queso, así que…

     Estaban colgados de la luz y habían encontrado un televisor viejo tirado en la calle, y con eso  todos se entretenían. Al José, el más chiquito, le gustaban los ñoquis con salsa; por eso Raúl, aunque tenía ocho, salía a juntar botellas y las cambiaba por latas de tomate. Ella remendaba y cantaba canciones de Rodrigo. La garrafa se la rellenaban de favor en el Centro Vecinal, porque el papá de los chicos más chicos, José, había sabido ser de la Unidad Básica, y era cartonero antes de aquel puntazo en el hígado de hacía casi dos años, que lo mandó al otro mundo.  Una pena, por los chicos, digo ¿no?

     Por suerte Carlitos zafó del reformatorio cuando se robó esas cinco gallinas para Navidad. Lo llevaron al tribunal y dijo que quería venderlas para comprar un pan dulce; a Carmen le pareció que el juez lagrimeaba. Todavía hay gente buena señor. Gracias. Muchas gracias. No lo va a hacer nunca más, ¿eh? Se lo juro por la virgencita.

    Hacía ya un año que Carmen había pateado con sus sandalias arregladas  con hilo sisal, con Estelita, la que le salió mal, por todas las oficinas de la Municipalidad, hasta que detrás de la puerta que decía “Ayuda a Indigentes”, una madre de cuatro como ella, la había hecho sentar, y después de darle un vaso de agua escuchó su historia. Una semana después, una mujer de tacos y lentes fue a la villa. Primero se fijó y escribió mucho, y después le hizo un montón de preguntas. Al final le dijo que tenía que internar a Estela en un instituto especial. Paso a paso, pensó la Carmen, y según lo que me den, capaz que puedo mandar a los chicos a comer a la esuela. Nunca vi una mina tan seria. Seguro que no va al baño hace días. Y se rió como loca.

  Carmen le pidió tanto a la Virgencita Desatanudos, a San Cayetano y a Ceferino, que al final milagrearon: lo del Plan Jefes y Jefas del tres al cinco de cada mes, más el bolsón que iba a buscar a la Sociedad de Fomento una vez por semana. Sí, con eso conseguía hacer una comida diaria a la noche, para campear el frío entre las chapas, y darles un poco más de calor a esos cuerpos. La única cama se convertía entonces en un amasijo de brazos y piernas calentitos. Claro, el paco que le daba una vecina también ayudaba, porque les sacaba el hambre, pero ella prefería el pan con leche caliente.

    Estaban a 10 kms. de la Casa Rosada.

Era Carmen la milagrera, y su mayor capacidad no era saber hacer pan y pastas para la prole, ni esperar, siempre esperar un poco más de plata para salir a vender torta frita, ni sobrevivir con lo que en algunos barrios se gasta en un día, sino su inexplicable buen humor.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus