Hay riqueza en el corazón

Hay riqueza en el corazón

Naiara Sánchez

03/08/2013

Tenía pocos años pero contaba con el don de saber… Saber sobrevivir me refiero, tenía la certeza de que el mundo en el que vivía era bastante injusto conmigo, pero… ¿Qué podía hacer yo? Os contaré un poquito de mí… Tenía tan solo trece años, madure muy rápido, tanto como podía, me escape de donde me tenían recluido, lo llamo así, porque aquel sitio nunca fue un paraíso, no soy huérfano, pero como si lo fuera, mi padre era un drogadicto que perdió la casa y mis hermanos quedaron abandonados a su suerte y desgracia, mi madre se marcho y de ella no sé nada. Tengo los ojos de color marrón y el pelo rubio, nunca he ido a la escuela y tampoco he tenido amigos, vivía en los rincones de un pequeño puente en una autovía. Mi nombre lo desconocía todo el mundo, y por ello tampoco os lo voy a contar.

Quiero relatar como madure de una manera casi increíble, todo sucedió en veinticuatro horas aquellas que duraba un día…

Me encontraba por el centro de Madrid, era navidad y la gente tenía el don de llevar sus carteras llenas de dinero, no me gustaba robar pero era necesario, tenía que alimentarme, estaba en los huesos y mi estomago rugía cada vez que olía el olor de la comida…

Había cazado a mi objetivo una mujer de unos cincuenta años, era por la noche, iba al teatro, llevaba su abrigo caro… sonreí para mis adentros cuando observe que llevaba el bolso en la mano, tendría un descuido enseguida, me senté a esperar apoyado en una de aquellas cosas que impedían que la gente pusiese cruzar la carretera, nadie nunca me enseño como se llamaba… Realmente, nunca nadie me enseño nada.

Ese descuido surgió y yo me adentré entre la muchedumbre de gente adinerada que iba al teatro, lo cogí y escuche rápidamente en mis oídos: «¡AL LADRÓN!» ¿Nunca os han contado que la ventaja de no tener la tripa llena es que corres más rápido? Así hice, me escondí entre unos edificios y nadie logró encontrarme, comencé a andar rumbo a mi casa mientras que escondía aquel bolso dentro de mi camiseta, era un truhan que necesitaba sobrevivir, la vida en la calle no era cuidadosa con un niño débil.

Llegué y abrí la cortina de aquella tienda de campaña que años atrás había encontrado abandona, el vagabundo que vivía aquí murió y se notaba, pues llevaba muchos años aquel sitio montando y sin nadie allí… ¿Moriría solo? ¿Tuvo familia que le echase menos ? Abandone mis pensamientos mientras que aquel gato que solía maullarme por un poco de comida se ponía a mis pies, negué con la cabeza, esta noche pasaríamos los dos hambre.

Al día siguiente, miré lo que había robado la noche anterior. Era suficiente para venderlo y comer toda la semana, me encantaban aquellas mujeres viejas… en serio, era lo mejor que me podía pasar en aquel mundo tan… odioso.

Vendí como siempre todo en el mercado negro que se hacía por las calles, y me dirigí a comer algo en algún restaurante, había sacado demasiado, y por tres euros lograría comer una rica hamburguesa, era mi plato favorito… me senté en aquella mesa devorando aquella carné cuando vi que delante de mí se sentó aquella mujer que me otorgaría la vida, yo no sabía quien era, pero ella parece ser que si sabia quien era yo. Me ofreció vivir con ella, rehusé…¿Qué trataba? No la entendía… el ser humano no era bueno por naturaleza, no la comprendía, yo no era nadie… no era nada, la vida me había tratado mal, vivía en una tienda de campaña, tenía un gato que me abandonaba cada vez que no podía saciar su panza. Rehusé tanto que aquel día desistió.

Me la volví a encontrar, así todos los días que duró la navidad. A la larga acepté, me llevo a un sitio bastante acogedor, ella decía que era su hogar, poco a poco me di cuenta de que era una niña huérfana como yo, se acercaba a mi todos los días desde que empecé a estar allí, al principio era mi sombra, siempre me daba comida, me sonreía e incluso me enseño a escribir, cogí gusto por la lectura y comencé a sentir algo que nunca había sentido, calidez, amor y confort… poco a  poco tras varios meses mi corazón fue teniendo cambios, cortos pero eficaces, aprendí que no era el único al que le había maltratado la vida, que había más gente como yo, conocí a muchas personas en aquel orfanato… Aunque realmente era una casa de acogida que regentaba una mujer mayor que nunca había podido tener hijos y se dedicaba a cuidar a las personas, que como yo, habían tenido tanta mala suerte en la vida.

Fue entonces, gracias a aquellas mujeres, que me di cuenta de una cosa… la pobreza de aquella casa de acogida era grande, pero nunca nos faltaban libros que leer antes de acostarnos, imaginación con la que soñar cada noche, algo que llevarnos a la boca por minúsculo que fuera… Porque allí había bondad… la bondad que solo podía otorgar el ser humano, la compresión y la calidez que podían otorgar el sentimiento de empatía… fue entonces cuando comprendí una de las lecciones de la vida…

¿Qué más da la pobreza, si hay riqueza en la cabeza? 

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