Incontables han sido los viajes que he realizado en tren. Incontables las veces que he esperado durante largos minutos a que el largo convoy llegase a la estación, imaginando, desde el andén, algún retazo de las vidas de las incontables personas que podía observar. Y pese a todo lo incontable que se vuelve al poco tiempo olvido, siempre tendré en mi mente la tierna imagen de aquel abuelo que portaba un ramo de rosas rojas.
Mi destino era la facultad, o quizá volvía de ella. Es increíble cómo ciertos detalles se pierden mientras queda nítida una imagen que aún veo como si hubiera sucedido hoy mismo. En el andén de enfrente, un señor de unos ochenta años, o quizá más, esperaba el tren con un hermoso ramo de flores en sus manos. Alto y delgado; vestía un elegante traje gris, camisa blanca y corbata. Sus ojos radiaban alegría.
Frente a ese figurín, se disiparon rápidamente las posibles visitas al cementerio: ese hombre estaba enamorado, y tenía una cita.
¿No era hermoso? Me sorprendí a mí misma sonriendo, pensando que a pesar de haber vivido prácticamente una vida entera, aún había esperanza e ilusión en el mañana de ese desconocido.
OPINIONES Y COMENTARIOS
comments powered by Disqus