A follar empecé a los catorce, pero cobro sólo desde los cuarenta y dos. La mayoría de las veces disfruto con mi trabajo. Lo de las rumanas es otra cosa. A la pequeña Talia la han cascado y además la engañaron para venirse a España. Nos hemos hecho amigas a pesar de la diferencia de edad y que sean la jodida competencia, una puta franquicia. O una franquicia de putas. A veinte euros la mamada, van a tener que venir otra vez los policías a echarme de casa. Qué bueno estaba el cabrón y qué majo Eduardo, el policía, si por él fuera yo no me habría ido a la calle, pero tuvieron que ejecutar el desahucio.
Señorita por favor, no complique más las cosas, y la vecina de abajo asomada a la escalera. El SAMUR. Por lo de las pastillas. Al parecer no eran suficientes y el médico de guardia acabó diagnosticando que yo era una manipuladora y que tenía no sé qué trastorno de la personalidad, que por lo visto nadie me había detectado cuando tenía nómina.
La mayoría de las veces disfruto con mi trabajo. Salvo aquél día que me asusté de veras cuando Bobo el Irlandés, después de un montón de cerveza, empezó a darme con la hebilla del cinturón en las nalgas. Joder, que duele, le decía, pero el tío venga y venga, el culo to rojo. Podría haber caído en recurrir a los rumanos, los jefes de Talia, buscando protección, pero esos se llevan un montón de pasta y te hacen trabajar a destajo.
También lo pasé muy mal cuando se me acercó el sin brazos por la calle Desengaño, agitó el cubilete con monedas que sujetaba entre los dientes y las hizo sonar. Repiqueteaban en el vaso de plástico mientras me miraba a los ojos con aire de superioridad inaudito, como si yo por tener coño fuera inferior a él por tener muñones. La situación era comprometida. Tengo educación. Finalicé el grado de auxiliar de enfermería, incluso estuve varios años trabajando en una residencia de ancianos. Con este currículo, por mucho que acabara metiéndome a puta, el reflejo era cogerle el vaso de las monedas para que el sin brazos pudiera hablar.
Lo primero que hizo el sin brazos fue escupir. Y después preguntar para cuánto había en el vaso. Pero criatura ¿has comido hoy?, le digo. Entonces la arrogancia se le vuelve ojos de niño, al sin brazos. Te cuenta que ya no le pasan la pensión y que si los servicios sociales esto y lo otro. Yo sospecho que se la ha bebido y se la ha fumado, aunque tal y como están las cosas, quizá sea cierto que se la hayan quitado por real decreto. Anda, ven. Y le subo a mi nuevo apartamento alquilado, algo más grande que el que me quitaron por no poder pagar la hipoteca, y le doy de comer con una cuchara las sobras de un cuscús de pollo.
Lo de follar se vuelve un acto grotesco, la primera vez que me hago al sin brazos. Todas las siguientes, a base de no cobrarle, ya me parece un poco novio.
La mayoría de las veces disfruto con mi trabajo, pero aquel día de octubre tuve que parar, pedirle disculpas al cliente, devolverle sus treinta euros y salir corriendo de la casa. El hombre no era especialmente desagradable. No me impresionó en absoluto que pidiera un taxi y me invitara a meterme dentro. Sí, lo sé, es un riesgo dice Talia, sin querer reconocer que en esta profesión lo de la franquicia es mucho más peligroso que ir de freelance. Me guío por corazonadas y aquel tipo no me daba en absoluto mala espina. Lo malo fue cuando llegamos a Fúcar. No me lo podía creer. Joder, el treinta y seis. Mis piernas sin bragas temblaban en el portal. El cuarto piso. Y la vecina de abajo asomada a la escalera.
La casa no había cambiado mucho, aunque ahora las paredes eran blancas. ¿Cómo se las habrían arreglado para tapar la pintura roja con que yo misma la decoré nada más mudarme? Desde luego olía más limpia, parecía más grande o más luminosa, sería por el blanco; menos mía.
Volví meneando el culo hasta mi apartamento compartido con Talia y con Anice y su bebé, con Conchi y con Ramone, un transexual que presume de ganar más que las demás putas juntas. Detrás de mí sonaba el timbre del portero automático. Como cada vez que sube Juáncar, el sin brazos, todas me miraron con la sonrisa hemipléjica, como si el coño se me hubiera vuelto una ONG.
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