Dentro: primera parte.
Sus palabras sonaron como si dictara sentencia: «La patria no se abandona», dijo mi bisabuela Isabel. Aurelio, mi abuelo y toda nuestra familia, incluido mi padre, que heredó su nombre, estuvieron a punto de dejar atrás toda su vida en Madrid, último destino de mi abuelo en el Ministerio de Hacienda, para hacer una migración obligada rumbo a Lisboa, semanas antes de que estallara la gran batalla. Quedarían en el exilio, acogidos en los brazos de nuestros vecinos portugueses.
Mi abuelo paterno, Aurelio, tuvo el gran privilegio o la gran desgracia, según mi padre, de tener una información privilegiada: saber el día que comenzaría la Guerra Civil española.
Cuando, con sus seis hijos, llegaron a Madrid, después de su último destino en Logroño, donde había nacido mi padre, se instalaron en una acomodada casa situada en un edificio de estilo neoclásico, en plena calle Gran Vía.
Llegar a la capital de España era todo un logro profesional para el matrimonio López- Moreno, mi abuela Isabel se sentía emocionada y orgullosa por su marido. A ambos les encantaba pasar las tardes paseando por el Parque del Retiro, mientras charlaban sobre las experiencias que había tenido cada uno de ellos a lo largo del día. Muchas tardes terminaban sentados en algunos de los cafés más emblemáticos, como el Café Fornos, de lujosa decoración estilo Luis XVI, conocido por sus tertulias literarias. El reportaje de su inauguración en la revista «La Ilustración de Madrid», fue obra de mi adorado Gustavo Adolfo Bécquer.
Las consecuencias de esta decisión fueron terribles. Mi familia paterna vivía en plena Gran Vía madrileña cuando comenzó la guerra. La batalla de Madrid, los dejó atrapados, sin comida, sin combustible para calentarse cuando llegó el invierno, además de tener que decir adiós a mi tío Alvaro, el pequeño de la familia, que con escasos cuatro años no superó una terrible anemia.
La defensa de la capital tuvo como particularidad haber sido la primera que bombardeó a objetivos civiles dentro de una ciudad, algo que después se realizó en diversas ciudades españolas durante el conflicto español. Mi padre fue testigo de cómo caían las bombas en las casas impares de la Gran Vía, imágenes que le traumatizaron para siempre.
Durante la post-guerra huérfano de padre, Aurelio quiso continuar con un legado familiar, publicando los ejemplares que habían quedado pendientes, de la fue la primera guía de carreteras de España.
El escaso dinero y la mentalidad de abundancia ilimitada de mi abuela, a quien mi padre advirtió en encargar una pequeña tirada, acabaron con el embargo de los ejemplares por la editorial.
Mi familia paterna siempre estuvo unida, no guardaban secretos, y mi padre con gran orgullo me la transmitió.
Fuera: segunda parte.
Epifanio, había estado afiliado a los sindicatos FETE-UGT y desde que tuvo uso de razón defendió para España una República con tintes de izquierdas. La rural Castilla la Vieja, y en particular la comarca de Cerrato, se caracterizó por ser una zona muy conservadora, por lo que salvo en la socialista Palencia, mi abuelo materno no encajaba bien en su tierra.
Epifanio tenía bastantes amigos republicanos en Carcasonne, por lo que decidió exhiliarse y vivir durante la guerra civil, con los vecinos galos, introduciendo en España toda la ayuda al bando republicano. Mi tío Joaquín y su padre, Epifanio, llegaron a la ciudad gala a finales de julio de 1936, consiguiendo escapar, ayudados por camaradas santanderinos, la mayoría trabajadores del ferrocarril.
De esquivo prófugo a agente espía francés durante la segunda Guerra Mundial, Epifanio recorrió una trayectoria fascinante y curiosamente de mis abuelos, sobrevivió a todos y fue el único que conocí. Recuerdo una tarde de principios de septiembre en casa de mi tía Elisa en el Barrio del Pilar, quien le acogía durante parte del verano, donde le conocí y también a sus medallas por los méritos de guerra. –Visitaba nuestra casa en contadas ocasiones–. Tenía diez años cuando sostuve en mis pequeñas manos aquellas condecoraciones, así que semejante azaña se escapaba a mi comprensión infantil. Sin embargo, como mi memoria fotográfica siempre ha sido prodigiosa, recuerdo aquel momento con total nitidez, así como el día en que me entregó las arras. Trece monedas de francos franceses para el día en que contrajera matrimonio.
Lucila, tenía diez años cuando estalló la guerra civil y nunca alcanzó a comprender las razones por las que su padre Epifanio, dejó atrás a todas las mujeres de su familia. Cómo hacer entender a una niña que los motivos políticos llevan a los hombres a tomar decisiones difíciles en la vida, desconociendo cuál hubiera sido la elección más acertada y para quiénes. No todas ellas afectan por igual a los integrantes de una familia. Lo cierto, es que nunca sabré porqué Epifanio no intentó recuperar a sus tres hijas terminado el conflicto bélico de la segunda Guerra, un secreto familiar que se llevó a su lecho de muerte. Lucila jamás hablaba sobre este tema. Como niña me fascinaba tener un abuelo y unos primos en Francia, pero el silencio sepulcral de este asunto por parte de mis padres, hizo crear en mi mente muchas fantasías.
Epifanio ya no tenía razones de peso para regresar a España, mucho menos instaurado un régimen dictatorial, en el que sería encarcelado, además de fallecida su esposa. En Europa había estallado la II Guerra Mundial y él integrado plenamente en el estilo de vida francés y comprometido con su causa, me imagino que trabajó en su servicio de espionaje, como otros, en búsqueda y obtención de informaciones dentro de la Francia ocupada, pasando desapercibido, mezclándose con el pueblo, creando un personaje y escondiéndose tras él en una existencia precaria y llena de peligros, para hacer un trabajo de observación muchas veces aburrido.
Las vidas de Aurelio y Epifanio se cruzaron cuando Aurelio G. y Lucila se conocieron. Mis abuelos nunca llegaron a conocerse y ninguno de ellos perdió la vida a causa de la guerra civil, fuimos sus descendientes quienes vivimos las consecuencias de sus decisiones.
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