Desde pequeño siempre tuve la ilusión por viajar, de explorar y conocer nuevos lugares, estudiarlos detalladamente. Meterme dentro de un armario o debajo de la cama, andar entre arbustos o por la arena con un cubo de playa en la cabeza, era una aventura. Ahí ya estaba empezando a conocer mi mente inocente y curiosa.
Al paso de los años, mi ambición por conocer mundo fue en aumento. He tenido la suerte de nacer en una familia adinerada, de poder tener el lujo de viajar a donde y cuando se me antojase, sin ninguna objeción. Puedo decir que tuve de todo, ¿plenamente feliz? Hasta cierta edad sí.
No quiero ser ególatra, ni presumido, pero he visitado numerosas ciudades del mundo que muchos se morirían por ver. Cómo por ejemplo París, la bella ciudad del amor donde cabe destacar la majestuosa «Torre Eiffel», también la elegante Roma, con su «Coliseo Romano» lleno de historia viva, no puedo olvidar la dureza pura del «Parthenon» de la vieja gloriosa ciudad de Atenas, y otro tanto lugar como la voluminosa Nueva York donde una llamada «Estatua de la Libertad» desprende la revolución del pueblo americano. Podría citar más viajes memorables, pero entonces sería la historia interminable y no quiero aburrir.
La verdad que me entusiasmaba viajar, ver y aprender, en ese tiempo pensaba que era felíz. Todo cambió cuando un día hice un viaje distinto a los demás, donde lo jocoso es, que no tenía ni idea que lo estaba haciendo. Todos los días eran un trayecto, podía volar sin avión, flotar plácidamente por el mar sin barco, exactamente podía hacer todo lo que me propusiera. Nunca había tenido esa sensación de un cosquilleo tan agradable por todo mi cuerpo, sólo tenía ganas de sonreír y no parar de mirar esos dos luceros increiblementes brillantes… Me sentía más que fabuloso, sentí mi marcha a otro planeta, sentí por primera vez que era plenamente felíz.
Con el tiempo me di cuenta de que viajaba a mi corazón. Iba todo sobre ruedas, ahora si que tenía todo lo que necesitaba, que quiero admitir que solamente era ella.
Pero por desgracia, no todo es color de rosa. Se marchó para no volver. Toda mi vida dejó de cobrar sentido, por no decir que ya no tenía vida, porque mi vida era ella. Obligado le tuve que decir adiós a mi felicidad, viendo como a lo lejos se difuminaba, y lo peor, no podía hacer absolutamente nada. Antes las horas era segundos, ahora me pasaban como semanas. Tornados arrasaban mis pensamientos, dos ríos nilos emergían y transcurrían por mi cara, un agujero negro succionaba todo mi interior mientras que el exterior se derrumbaba lentamente, mi corazón no oponía resistencia. Una simple planta desprendía más vitalidad que mi ser, estaba desolado y sobre todo, solo.
Pensé en acabar mi sufrimiento, e irme a un sitio mejor. Cavilé la idea durante meses, ya no veía sentido a mi existencia en este ínfimo mundo cruel. ¿Nunca os sentisteis como una insignificante masa de carne y huesos? Era derrotismo puro, depresivo y sin esperanza.
Sólo me puedo preguntar ¿Por qué este horrible sufrimiento? ¿Por qué? Jamás obtendré una respuesta que me satisfaga. Mi corazón se muere, no puedo hacer nada, te echa de menos.
Al final tomé una decisión.
Esta carta de despedida es para ti.
Un abrazo enorme Helena, te amo.
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