Voy ascendiendo. Ahora sí lo veo todo con claridad. Desde aquí arriba todo y todos son más pequeños, mis preocupaciones y problemas se han desvanecido al atravesar las nubes. Mi vida entera queda atrás.

La velocidad con que me desplazo apenas me brinda la oportunidad de reconocer por dónde voy pasando. El margen es nimio, la perspectiva demasiado lejana, de mi pasado y de la tierra donde he nacido y vivido. Apenas recuerdo nada, sólo veo cielo a mi alrededor y nubes debajo de mí.

Nadie me acompaña, ni el recuerdo ni el peso de mi equipaje de siempre. Estoy completamente solo en este viaje.

Trato de reconocer al fondo, a miles de kilómetros, países, mares, planetas. Ya me he alejado demasiado. No oigo sonido alguno, ni motores, ni voces, ni música. Sólo veo. Todos mis sentidos se han convertido en uno, veo, luego siento.

La partida ha sido difícil. La muerte de mi padre ha truncado mi rutina y mis planes han dejado de ser mi presente para evocarme al recuerdo de él. Desciende el avión.

No ha habido tiempo para más. El concurso espera en la puerta del cementerio la llegada del último hijo del difunto. Todos me miran buscando la expresión imperceptible de lo que no saben que siento. Ignoran que no habrá ni ha habido verdad más cierta y libre del olvido que el amor por mi difunto padre, aunque ya no esté.

Veo al fondo del camposanto la caja de madera oscura, fina, alargada y estrecha, como él. Ahora surgen la viuda de negro tapada, el efebo de ambos roto y decenas de desconocidos albergados bajo la luz mortecina del cementerio. El fuego fatuo de la pena que a todos nos une se endurece como pretendiendo no ser arrancado nunca del alma.

El sepelio acaba con la tierra que hunde el féretro para siempre en la inalcanzable profundidad. En silencio nos miramos y nos decimos adiós sin apenas mover los labios. No volveremos a vernos. No nos abrazaremos ni consolaremos. El dolor ha arraigado tan profundamente y las palabras de consuelo espantan a quien no quiere irse de dentro.

El vuelo de retorno espera, esta vez aliviado. No miraré por las ventanas, las nubes, ni buscaré en el mapa aéreo. Recordaré las veces que volé con él, en sus brazos y me despediré desde lo más alto del cielo, pensando que él está por ahí, viéndome.

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