Rocío Vanderbrucken

Rocío Vanderbrucken

Pedro Diaz Muñoz

28/05/2017

10 de septiembre

Otro principio de curso: madrugón intempestivo, desayuno apresurado, carreras recogiendo ropa, libros, cuadernos…; hasta por fin entrar al coche y buscar la mejor ruta para llegar al colegio sin pillar atascos.

Según circulábamos, Manolo me ha señalado a Rocío y a su padre que salían en la misma dirección. Es una compañera de clase, de madre española y padre holandés. Él aparenta unos cuarenta años, alto, corpulento, atlético; con pelo pajizo. Va meticulosamente rasurado, mostrando algunos cortes en la cara. Como buen holandés, viste descuidado: vaqueros, deportivas y sudadera.

Su casa nos pilla de paso. Nos los encontraremos muchos días.

30 de septiembre

Ya acostumbrados al cambio de hábitos; hemos conseguido ganar media hora de sueño. Dejo puntual a Manolo en el colegio y llego a la oficina siempre a las nueve. Estoy orgulloso de mi gestión del tiempo: no tengo reuniones antes de las diez; así aprovecho para estudiar documentos. Me encanta sentirme el mejor preparado para la discusión; y que los jefes lo noten. Estoy descansado y activo; se ve que las vacaciones me sentaron bien. Y eso repercute en mi rendimiento: hoy «El Energúmeno» ha asentido con la cabeza mientras yo hablaba. Es la primera vez que nuestro director general reconoce que existo.

Muchas veces hemos visto a Rocío y su padre en nuestro camino matutino. Unas cuando salen de casa; otras dentro de su coche, avanzando paralelos por el atasco; o mientras esperan la ruta; y en los raros días soleados, pedaleando en un tándem por el carril bici. No entiendo de probabilidades: la estadística siempre se me dio mal y solo conseguí aprobar jurando al profesor que nunca me dedicaría a esa disciplina. Pero estas coincidencias empiezan a parecerme extrañas.

25 de octubre

Con el horario invernal ha llegado a Luxemburgo el periodo más deprimente. Es todavía noche cerrada cuando sales de casa; y ya lo es también cuando vuelves. Los días son grises, la lluvia cae incesante. Las calles quedan desiertas a media tarde, cuando las tiendas cierran. Sobrevivo esperando la Navidad, esa semana en Madrid disfrutando de días más largos y luminosos con las calles abarrotadas. Me noto lento y perezoso en el trabajo; llevo varios días atascado con el informe urgente que esperan.

Esta mañana he llevado el coche al taller. Desde recepción, he visto a lo lejos al padre de Rocío. Llevaba un mono grasiento y una enorme llave inglesa en la mano. Me ha saludado a distancia. Ignoraba que fuera mecánico.

17 de noviembre

Lluvia, lluvia y…nieve. Llevamos un mes sin ver el sol. En el trabajo anuncian una nueva organización cuando no hemos asimilado la de hace pocos meses. Reducirán mi equipo que tendrá que ocuparse del doble de proyectos que antes. Dicen que lo que hacemos es prioridad negativa y parece que no importa que lo hagamos mal.

Hemos decidido desahogarnos en un buen restaurante. Desde que llegué me fijé en una chica guapísima que ocupaba una mesa algo más adelante. Observaba sus atractivos movimientos, disfrutaba de sus gestos y mis ojos recorrían las esbeltas piernas que su falda revelaba ampliamente. Pendiente de su acompañante, a quien desde mi posición no podía ver, no notó mis insistentes miradas.

Esperaba el momento en que salieran para admirarla de cuerpo entero. Sin embargo, cuando se levantaron, solo tuve ojos para el hombre que la escoltaba: era el padre de Rocío. Sonrió al pasar a mi lado.

3 de diciembre

Hoy «El Energúmeno» se ha cruzado conmigo sin reconocerme.

Por la tarde, otra impresionante nevada ha bloqueado la ciudad. He tardado tres horas en volver a casa. En un cruce, la policía hacía inútiles esfuerzos para restablecer la circulación.

Casi no me ha extrañado ver al padre de Rocío con el uniforme de gendarme y una linterna en la mano. Ha hecho un gesto amistoso al verme.

16 de diciembre

Hoy el trabajo se me hacía insoportable. A media mañana me he escapado a por tabaco: Muchos años después de dejarlo, he vuelto a fumar.

Mientras compraba cigarrillos en el kiosco, he visto su foto en las portadas de las revistas culturales. La noticia habla de un eminente filósofo premiado por sus estudios punteros en Teoría de la Identidad.

20 de diciembre

Lo he visto mucho hoy. Primero saliendo de casa con su hija; más tarde corriendo por un parque; a mediodía, caminando abrazado a una atractiva mujer que, estoy seguro, no era la misma que comía con él hace días. Ya al caer la tarde, me ha adelantado un BMW a gran velocidad, iba atrás, conversando con el chófer. Algo más tarde, nos hemos vuelto a cruzar; conducía entonces una furgoneta de reparto.

En casa he puesto las noticias. El Gran Duque inauguraba una fábrica de preparados para paella en Rodange. Lo he distinguido entre la comitiva, con el casco de rigor y una sonrisa bobalicona. Me he dormido aturdido. Al despertar, la tele retransmitía el derbi liguero entre Dommeldange y Dudelange. Me he quedado absorto en la pantalla que le mostraba repetidamente, de pie en el banquillo, desgañitándose en vano para que sus jugadores bajaran a defender.

Antes de ir a la cama, he visto por la ventana al vecino aparcando. Me han sorprendido sus ágiles movimientos, impropios de sus ochenta años. En la oscuridad, he creído notar un acusado parecido con el padre de Rocío.

21 de diciembre

Tras un sopor agitado, me he levantado incapaz de afrontar mi último día laborable del año. Al salir de la ducha he visto que la báscula marca diez kilos más que ayer. El espejo muestra que mi pelo ralo y entrecano ha tornado en una abundante mata pajiza. Aunque llevo ya muchos días sin afeitarme, mi cara parece depilada.

Como el padre de Rocío Vanderbrucken.

Pero ahora no puedo pensar: Rocío tiene que llegar puntual al colegio.


Hospital Kirchberg

Luxemburgo, 21 diciembre

Ingresa paciente con cuadro agudo de alteración de identidad. Se aplicará el tratamiento necesario con el fin de estabilizarle.

El jefe de siquiatría. Dr Vanderbrucken

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