Dicen que la familia no se elige, que cuando mejor sale es en las fotos, que una familia unida jamas será… La mia era una mierda, llena de egoístas, mentirosos y dictadores. Lo único que la mantenía unida era el odio que le tenían todos a mi abuelo.
Desde hace tres años compartíamos habitación, cuatro metros cuadrados con dos camas, un armario, una mesita donde solo cabía su reloj y el vasito para dejar los dientes. Menos mal que el abuelo no tenia muchas mudas, nadie me consultó, eran así – Porque lo digo yo y punto – .
A mí el abuelo me caía bien comparado con los demás. Nunca me decía nada de como tenia el cuarto y se interesaba por saber quienes eran todos esos tipos que tenía colgados en la pared, Bruce Lee, Epi y Corbalan.
Cuando murió la abuela, entre mi padre y mis tíos se apañaron para cambiar el testamento y poder vender la casa, así que se tuvo que venir a vivir con nosotros. Le hablaban mal, a voces y cuando el no estaba entraba mi madre en la habitación a revisarle la mesita, el colchón y los bolsillos. Decían de él que era un desagradecido, que los abandonó dos veces, que nunca quiso a mi abuela, que se casó por interés, que era un muerto de hambre, un cagado que huyó cuando la guerra, que tenia la mano rota y era un vago. Mis tíos decían incluso que Franco lo debería de haber fusilado al republicano este. Y mis tías se le mofaban de como hablaba el forastero ese. Nunca a nadie le escuche decir algo bueno de él, pero a mi me basto con la canasta que me hizo con la caja de galletas danesas de mantequillas. Con una pelota de espuma me echaba horas en mi cuarto tirando, saltando y machacando. Mi madre desde el comedor me chillaba para decirme que no saltara mientras ellos veían en televisión el un, dos ,tres.
El abuelo no tenía llaves, vivíamos en un quinto y le tocaba timbrar. Si eran más de las diez mi madre nos tenia prohibido abrirle. Tenía su plato en la cocina, pero pocas veces cenaba, él era más de beber y llegar tuerto para la desesperación de mis padres. A mí me encantaba cuando venía así y me llamaba “mi pana”. Su hablar cambiaba a una forma más melosa y usaba palabras como “no tengo plata, no sea malito, metiche, dame pasando, chancho….” y al final siempre se quedaba dormido diciéndome – Sabes que me comería ahora? un encebollado y unos maduritos, mihijito -.
Antes de la guerra se había ido a Ecuador a trabajar en una camaronera, de allí se fue a Guayaquil a los manglares cuando era temporada del cangrejo y si no se dedicaba a la banana. Estuvo siete años, antes de volverse a España por la muerte de su padre. Cuando llegó se vio sin nada con un país gris, lleno de odio, pobre, desconfiado y que señalaba con el dedo al que tenía otra manera de ver. Antes de irse a Ecuador ya festejaba con mi abuela, pero en esos siete años que estuvo fuera no le mandó ni una triste carta. Pasó el tiempo y mi abuela seguía loca por él, y él loco por Tatiana, una Milagreña de Ecuador. Pero no le quedó de otra, los casaron y tuvieron tres crios, le pusieron la lechería, les compraron la casa, le afiliaron a la falange y los domingos fichaba en misa. Pero el seguia soñando con Tatiana, sus baños de noche en el río Chimbo, su agüita de coco, sus escapadas a la playa, comer mango y hacer el amor en medio de las bananeras, los billares, las peleas de gallos, el relajo, el chisme, la rumba, sus amigos, el negro, el chamba y el bolita.
El tiempo lo único que cura es el jamón. Así que después de tres hijos un día desapareció. Todos sabían donde había ido. No se le podía nombrar, hasta la maricona de la Ramira era mejor considerada en el pueblo que él. Aquí lo llamaban el sudaca, el forastero, así era su país de mierda igual que ahora. Muy patriotas pero el que puede paga en negro, y a tu padre cuando sea viejo la que le limpiara el culo en una residencia en el que tu lo aparcaras será una Latina. Mi abuelo fue donde amaba y donde le querían. Lo que nunca contó es porque volvió. Para todo el pueblo fue la gran victoria, el fracaso ajeno. Mi abuela no cabia de orgullo, si siempre fue pedante ahora lo era más .Contaron lo que quisieron, que volvió arrastrándose y pidiendo perdón, que le vieron la cara, que dormia en el establo de casa del párroco. Que bien poder ver la mierda de los demás para tu sentirte limpio.
10 de agosto del 1984, 2:40 de la madrugada, tumbados en la cama con la radio puesta escuchando la final de baloncesto España-USA. Yo estoy entusiasmado y mi abuelo bien deteriorado por el Ron Pujol que lleva en el cuerpo. Canasta de Iturriaga y se la suelto – “Porqué volviste?”-
Él me reponde – “el Jordan es el bueno, debe comer arroz con camarón, encebollados y tortillas de yuca”-. No le saqué nada más.
El día que murió a los 96 años todos se reunieron junto a su cama, deseosos que esta fuera la buena. Mi madre me pareció que se le escapaba una lagrima, supongo que la escena lo exigia. Y mi padre un paso detrás hacia muecas cansinas. Entonces el abuelo dijo sus ultimas palabras y yo quiero pensar que me miraba a mí -“ Tatiana, ve preparando los frijoles con arroz, mi amor, que voy yendo”-
PD: Esto lo escribo con rabia. Para los que cuelgan la bandera en el balcón. Que grima. Con el cerebro justo. Para no cagarse encima, ademas es “made in china”
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