Permanezco a su lado mientras duerme, se la ve frágil e inquieta. Sujeta mi mano con pulso tembloroso y su respiración entrecortada oprime su espacio produciendo pesadillas. Las mías en cambio aparecerán en forma humana maldiciendo mi presencia persiguiéndome con bayonetas y balas incandescentes.

Debo irme.

El petate llevaba listo desde anoche, y ahora tengo que cargarlo sobre mis hombros y dirigirme al frente.

Debo irme.

Bajo el umbral de nuestra habitación ladeo la cabeza y allí reposa, entre algodones y arropada hasta la cintura. Mi despedida es siempre la misma, una promesa al viento a diez mil kilómetros de sus besos.

Debo irme.

Sinuoso pasillo guarda recuerdos de mi vida con ella mientras que en la habitación de al lado, descansa mi tesoro más preciado. Con un año le dejo… Quién sabe por cuánto tiempo.

Pasada la medianoche, el frescor del rocío empapa mi rostro, briznas de hierba empujadas por las melodías otoñales acompañan mi andar hasta la base.

Altos cargos fortalecen nuestro espíritu de guerra con himnos patrióticos escenificando al enemigo como un demonio.

ELLOS O NOSOTROS.

¡Cargad y montad en los caballos de acero!.

¡Escupiremos fuego destruyendo hogares!.

¡Derribaremos sus muros!.

¡Pisotearemos sus cráneos!.

¡Atravesaremos sus corazones con nuestra bandera!.

¡Ganaremos esta guerra con la ayuda de Dios!.

Tal es el mal que nos provocaremos, que dudo que Dios ni ninguna otra divinidad asista a la masacre.

Sobrevolamos la zona, se divisa una extensa vegetación hasta donde alcanza la vista con árboles que rozan el cielo, el barro como escenario del combate y nosotros como protagonistas.

Un recibimiento plomizo cargado de odio, dos compañeros cayeron antes de tocar tierra, el resto saltamos y tomamos posiciones disparando a la línea de árboles, donde los fogonazos de sus fusiles delataban su posición.

Las balas silbaban a nuestros oídos, algunas llevaban nombres que una vez pronunciados ya no habría remedio.

Los helicópteros traían a más compañeros que se unían al combate, disparábamos con intensidad, ellos con eficacia. Con cada hora transcurrida se acumulaban compañeros muertos que utilizábamos como barrera, pero el enemigo avanzaba seguro y casi sin imposición. Ante la situación pedimos apoyo aéreo.

Desconozco si Dios ha estado cerca del infierno o si lo ha visto alguna vez. pero desde luego no está debajo de la tierra, cae del cielo.

Una llamarada intensa que abrasa a todo bicho viviente en su radio de acción.

Jimmy el novato estaba unos metros por delante de mí, tras la luz cegadora… No volví a verlo.

Ya era de noche, tras horas bajo fuego intenso la calma se apoderó del ambiente. Nuestros cuerpos fatigados clamaban por unos segundos de sueño, sin embargo, pasos invisibles cada vez más cercanos rondaban entre la maleza como fantasmas.

Las ráfagas eran menores y servían como linternas en una noche sin estrellas, el conflicto evolucionó a un cuerpo cuerpo, en contra de un mano a mano tradicional, valía cualquier cosa con tal de acabar con el rival.

Entre las pausas del asalto y cambios de cargador, la voz de Sarah revoloteaba dentro de mi cabeza proporcionándome fuerza en mis manos y control de mis impulsos. Pues un error bastaría para acabar lleno de metralla

Con la luces del amanecer dediqué unos minutos al descanso mientras Bobby me cubría, en mi grupo éramos pocos debido a la fractura que habían sufrido nuestras líneas durante la noche.

Aún no había desayunado y nos encontramos con una horda de amarillos viniendo hacia nosotros con furia ciega. Vaciamos los cargadores, las pocas granadas que nos quedaban las arrojamos como si fueran piedras. Más de uno de nosotros demostraba tener una técnica particular, casi idéntica a la utilizada con nuestros padres a la hora de pescar.

En apenas una hora… Terminó, las balas cesaron en su intento de atraparnos, las explosiones contuvieron su Big Bang particular, los lamentos y súplicas se convirtieron en cigarrillos de contrabando y fotos de alivio.

Yo me sentía agotado, pero al mismo tiempo vigoroso, una sensación extraña. Daba igual la verdad, lo importante era que había llegado nuestro transporte, un enorme pájaro blanco dispuesto a llevarnos a casa, con nuestros seres queridos.

El trayecto fue casi instantáneo, al aterrizar, las esposas nos recibían entre lágrimas y abrazos eternos entre palabras de agradecimiento por haber regresado.

Tengo que decir que unos cuantos de nosotros éramos la preferencia, compañeros y sargentos levantaban la diestra y la colocaban en la sien en señal de respeto.

En madera de roble y bandera por delante pisábamos tierra cómo héroes de la nación, era glorioso. Mi familia junto a mí, lloraban, supongo que de la tensión acumulada. Yo junto a mis compañeros de trinchera, nos acomodaron en la tierra de nuestros padres y nos dedicaron palabras que nos acompañarían hasta el final, pues el viaje no ha terminado… Es una etapa más.

Nosotros tuvimos suerte, muchos de nuestros hermanos no pudieron regresar, allí en tierra hostil, cubiertos de ceniza, desamparados buscan refugio al sufrimiento de la muerte causado alejados de su patria.

Que este relato sirva de homenaje a aquellos que murieron para proteger a su familia al otro lado del mundo, que juraron la libertad en el infierno, que se presentaron voluntarios al horror.

Aquellos que murieron… Por algo más.

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