No es lo que parece

No es lo que parece

Rober Ta

20/05/2017

Todos mentimos. Dime tú que no. Mentimos a tal manera que ya no nos sorprende ni siquiera la verdad. Lo hace tu vecino, tu amigo, tu familiar, y tú a ti mismo. Dime tú que no.

¿Pero qué hay de la verdad? ¿Por qué no es tan atractiva su nobleza hoy en día? ¿Por qué nos da miedo poner las cosas tal y como son? ¿Y por qué me convierto en un ingenuo patético aquí, haciendo todas esas preguntas cuando la mayoría sabe las respuestas, aunque no se atreverían a lanzarse a sus profundidades que seguro reflejarían su propia autenticidad?

Asomo por la ventana desde la planta octava e intento engañarme de que la vista es preciosa. Un panorama típico de una noche urbana, adornada de farolas como un collar de piedras preciosas, dibujando las autovías de zumbidos lejanos-eternos y pitidos efímeros… No oigo ningún búho, ni los escalofríos de los arboles; ni siquiera la luna – siempre tan perfecta – me parece hermosa hoy – se tuerce en la nube que ni es la nube de verdad sino un velo de contaminación. ¿Y por qué acentúo que las vistas desde mi piso son increíbles, asombrosas y demás epítetos que ayudarían a venderla a lo máximo a mis conversadores para convencerles que sí, menuda vista? Sí, miento a mi mismo a tal manera que esa mentira se convierte en una verdad para mí.

La culebra de nicotina me estorba a pensar. Y sigo creyendo en otra mentira más. Sí, es malo fumar. ¿Cuántas veces lo hemos escuchado al día? Pero que va. No importa. Érase una vez que el tabaco era parte de la imagen de un ser humano igual que los sombreros de copa alta. Pero esa historia no llega a un buen fin sino al contrario, – llega a ser lo peor que hoy en día puede ser – ese cuento hoy se llama “prohibido” con su dibujo correspondiente a la exageración ridícula: un cuello hinchado tipo globo o unos dientes que no llegan a pudrirse ni bajo tierra de la forma como lo advierten las cajetillas de cigarrillos. Dime tú que no. Miento a mi mismo, encendiéndolo uno, y paso de lo malo que es, manteniendo mi fidelidad a aquella mentira que es parte de mi ritual de insomnios.

Son ya cuatro noches seguidas que duermo casi nada. Voy al psiquiatra y nos mentimos los dos uno al otro. Él cree en aquella mentira de que me puede ayudar. Yo creo en mi mentira que él es mi salvación. Los dos sabemos que estamos en una mentira a la que convertimos en una verdad oficial a través de certificados, ficheros, informes, recetas y otras telarañas burocráticas. Dime tú que no.

Me surge una necesidad de tirar las pocas estrellas que consigo contemplar a lo más lejos como si fuesen unas pequeñas pelotas de tenis y acabar con toda la mentira del mundo en la que estoy y a la que incluso consigo apoyar.

Dicen que el insomnio es un estado perfecto para los artistas. Las mejores canciones, películas, libros, cuadros, bailes, espectáculos fueron creados con la ayuda de ese trastorno (no importa el origen, tampoco si es real y natural, o causado razonablemente por no quedarse dormido). Es el mejor momento de hundirse en las mentiras y las verdades. La noche ayuda cerrar los capítulos. Y el día siguiente el placebo viene a visitarme. Creo en sus palabras. Románticas. Eróticas. Vulgares. Una ducha fría explota por el calor de ambos. Es una pasión efímera. Dime tú que no. Todo no es lo que parece.

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