El asistente del rey

El asistente del rey

Gustavo L. Ruiz

18/05/2017

Un día el rey de la selva llamó a su rinoceronte guardia y le pidió que fuera a buscar al mono poeta, pues necesitaba preguntarle algo. Así lo hizo el obediente guardia y llegando al santuario del escriba le dijo lo que le acontecía a su rey.

—Dile que al alborecer cuando la última gota de oscuridad se despida lentamente dejando ráfagas tenues pugnando por no ceder y que cuando el astro despierte su poder colando por entre el horizonte vertientes de autoridad allí estaré.

— ¿Qué???— pregunta el guardia

—Mañana temprano voy— responde el letrado

—Perdón señor mono, pero lo necesita hoy— arremetió inmediatamente el guardia.

—Pues debes de infórmale a su majestad con mucha sutileza, que el tiempo apremia en algunos casos y la sabiduría innata se despoja de su centro solo cuando la comisura de la mente lo deja estacionar por un lapso no tan breve, y es ahí cuando debemos tomar las decisiones que dejaran atrás otras incertidumbres colosales que en ocasiones habitan en lo más profundo de nuestro interior.

— ¿Qué???— volvió a preguntar el ya inquieto rinoceronte

—Qué ahora no puedo— dijo el mono

El rinoceronte no se animaba a insistir pero debía hacerlo o quedaría en falta ante el rey león.

—A ver si nos entendemos señor poeta, tiene que ir ahora. Ya mismo— volvió a insistir el guardia.

— ¿Ya mismo?

— ¡Sí! Ya mismo—corroboró ilusionado el rinoceronte pensando que al fin el Mono había comprendido.

—Ya mismo, no existe— dijo el Mono luego de sacarse un piojo y colocarlo en la palma de su velluda mano.

—Porque el presente no existe y ya mismo ya pasó como antes y como el antes del antes. Mira este pequeño insecto. Ya no es el mismo que estaba en mi cabeza y en mi divino pelaje y ahora mismo ya no es el mismo que era cuando comencé esta frase. Como los números pares e impares dejan de ser apenas uno los nombra: el dos, el tres, el uno, el veinte. Ya mismo ya no es. Ergo, no puedo.

Tirándole el piojo al rinoceronte el Mono se dedicó concentradamente a rascarse la cabeza con el dedo índice. El guardia estaba desesperado.

— ¡Tiene que venir! ¿Qué le digo al rey si usted no viene? Tengo que darle una excusa… un motivo

—Ve y llévale este recado a nuestro rey- contestó el tranquilo escritor- Dile que justamente ayer, apenas dejó de mojar la lluvia con persistencia de canon o estribillo, hube de salir a procurar hierbas para mi tisana. Quiso el destino, o el fragmento minúsculo de ignorancia que poseo que cultivé una hierba confundiéndola con otra casi idéntica (y ese casi define el fragmento minúsculo de mi ignorancia). Ajeno a mi propio error ingerí la tisana que por cierto estaba sabrosa. El hecho y para resumir es que a los pocos minutos de ingerir la tisana como quien ingiere un mal presentimiento, se desencadenaron en mí algunas sensaciones semejantes al malestar que condiciona indeseadamente los movimientos espasmódicos de ese tubo de largo metraje que se esconde entre nuestras entrañas, como una víbora maligna que solo lleva malas nuevas y oscuridades. A partir de entonces y hasta ahora mi alma, mi mente y mi cuerpo, la santa trinidad, no han hecho más que ofuscarse, echarse culpas entre ellos y retorcerse ante la evidencia del cosmos. Todo en mí fluye y tiende a salir como lo suele hacer la naturaleza: de forma descarada, autoritaria y egoísta.

— ¿Qué??— preguntó, ya de muy mal humor, el guardia

—Que me duele la panza y voy a cada rato al baño— le dijo el Mono— pero no le digas eso.

—Bueno, entonces, ¿Qué es lo que tengo que decirle al rey?— dijo el Rinoceronte.

El Mono pensó, caminó por el lugar, siguió pensando y luego dijo.

—Pues, la premisa es simple como simple es el viento, como simple es el risco que engalana los caminos. Intentaré explicártela con algunos sencillos ejemplos— comenzó el Mono.

Pero al girar descubrió que el guardia ya no estaba.

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