Las fronteras son mentira. Los seres humanos suponemos verdades y las engalanamos con consideración y relevancia hasta engañarnos a nosotros mismos. Las dotamos de una perennidad divina que no hace más que constreñir nuestro pensamiento y por lo tanto nuestra libertad. Es la cultura: ese conjunto de raíces que nos entierran en las profundidades de una sumisión elegida y de las cuales nos parece imposible desprendernos. Nos olvidamos de que lo único que es verdad, es la verdad y nada más.

El ser humano tiende al control. Nuestra lucha contra la entropía conlleva a la querencia por clasificar todo lo existente en el universo; incluso lo que alberga nuestra piel: no aludo sólo a las vísceras, sino también a los sentimientos y a la razón. La búsqueda del orden nos conduce a relegar la libertad individual y la del conjunto para sumirnos en una corriente de dimensiones subjetivas que, por arcaicas, creemos ciertas y que están grabadas a fuego en nuestro ADN. Los sujetos no importamos por nosotros mismos, sino por las etiquetas que el devenir de los acontecimientos ha designado como considerables. La identidad, entendiendo como identidad el verdadero yo, es irrelevante. Somos un formulario con casillas en blanco a rellenar.

Tú no eres tú, de la misma manera que yo no soy yo. Somos un sexo, un género, una raza, una procedencia, una edad, una tenencia, una sexualidad, una salud, una creencia… y un sinfín de fronteras que nos dictan quiénes somos para el resto y en muchas ocasiones, quiénes somos para nosotros mismos. Siguiendo esos parámetros, debemos comportarnos de una manera determinada; lo hacemos sin esfuerzo como autómatas programados para realizar esas precisas labores y no otras. Se genera, generamos, desigualdad; y dentro de la desigualdad escalas de valor.

Todo comienza con el cuerpo en el que naces. La primera frontera es tu físico. Esto engloba tu sexo, Determinismo Biológico. El hecho de tener pene o vagina o incluso carecer de ellos, decidirá cómo empieza tu vida y qué género se te asigna con su consiguiente rol preestablecido. Ser mujer no es lo mismo que ser hombre y sólo puedes ser una de esas dos cosas. En tu corporeidad se incluye también la raza. Todos procedemos del mismo lugar, del mismo Caldo Primigenio, y sin embargo el hecho de que la evolución tenga distintos caminos, parece crucial para el desarrollo y para categorizarnos. Es impepinable al hablar de nuestro cuerpo, incluir la salud. Ya sea innata o adquirida, la enfermedad o su ausencia te convierte en un tipo de persona para el resto. Más allá: dentro de las enfermedades también hay escalafones. No hablo de la virulencia de cada mal, sino de su aceptación social: de la empatía o del estigma…

La siguiente frontera es el lugar en el que tienes la suerte de nacer. Un territorio, sea el que sea, regido por normas de conducta. Es la línea imaginaria que linda cada patria. Debes amar tu tierra, aunque sea sólo eso: tierra. Dentro de ese espacio se ha desenvuelto una sociedad determinada con un imaginario colectivo determinado que pasa de padres a hijos mediante la familia. Todo se basa en la aceptación de uno mismo dentro de la comunidad. Miles de ojos que te miran, miles de voces que te guían, miles de dedos que te apuntan si te sales de la vereda. Esto puede variar levemente dependiendo de la educación concreta a la que hayas sido sometido. Las tradiciones: esas actividades que se llevan realizando durante siglos y que sólo por eso hay que mantener. El objeto de su ejercicio es la imitación de tus ancestros; su utilidad… discutible.

Y queda otra frontera: el estatus. Participar de una manera u otra en la sociedad puntúa más o menos en tu marcador público. El estatus permite superar barreras o quedarte tras ellas durante toda tu vida y es que no todos tenemos acceso a pasar al siguiente nivel. Se te exige como meta intentar mejorar dentro del sistema; sólo hay una manera de hacerlo: el éxito; ese éxito que se traduce en dinero o reconocimiento social. Fronteras…

Desde antes de ser sociedad, cuando apenas éramos manada, se comenzó a redactar en la conciencia colectiva el manual de comportamiento del buen ser humano. No éramos conscientes entonces de que esas elecciones, absolutamente aleatorias, quedarían fijadas como supuestas verdades durante milenios. La humanidad ha crecido, y con ella la razón. Un marco legislado en el que desarrollar nuestras vidas basado en la convivencia y el respeto se antoja necesario. Más allá de eso, la derogación de fronteras inservibles es imprescindible. La evolución no debe ser sólo anatómica. La libertad y la igualdad, pero las reales y no las de pega, son los cimientos de una sociedad sana. La libertad, ésa que nosotros mismos nos arrebatamos, es la meta. Basta de estándares, basta de modelos a seguir, basta del bucle de imitación en el que nos hemos perdido… la identidad personal lo es todo para el progreso y la igualdad es la única norma: la igualdad de oportunidades, la igualdad para poder elegir, la igualdad para dejar de deber ser y simplemente ser.

De esta manera pueden crecer comunidades fuertes y unidas. Las fronteras separan, las fronteras aíslan, las fronteras matan. Sólo siendo yo mismo, sabré formar parte del conjunto; y sólo como conjunto, podremos seguir siendo individuos.

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