Decenas de estrellas. Es aquello que puedo ver en el cielo mientras por primera vez en años siento el silencio abrumador de la noche. Por fin han cesado los ruidos nocturnos y en las calles reina la quietud de la ciudad que ahora se convirtió en una prisión.

Vaya momento para vivir, y lo digo literalmente, porque hasta el día de hoy me he privado de sentir lo adecuado para vivir lo que apenas alcanzaba. Y me di cuenta de esto después de que un enemigo invisible nos aprisionara a todos en nuestros hogares, y ahora lo que llamábamos casa se ha convertido en una celda.

Algunos ven esta situación como algo deplorable, otros como un martirio, y tal vez los románticos la vemos como una nueva experiencia; tal vez como un  momento para descubrir lo que yace a la vista, una nueva oportunidad de sentir anhelo o quizás un nuevo instante en el cual sentir esperanza.

Mientras permanezco en este balcón taciturno puedo ver como un ser tan pequeño nos ha devuelto a lo que hace mucho era tan habitual; aquellos tiempos en donde la gente se reunía en una mesa para cenar, aquellos lejanos recuerdos en donde los amantes aguardaban ansiosos el poder volver a verse, aquellos instantes en que las madres volvieron a convivir con sus hijos. Y es entonces cuando vienen a mí tiempos que no he vivido, tristezas que no he sufrido y anhelos que antes no había soñado.

¿Qué será de nosotros después de esto? ¿Cuándo volveremos a ser libres?, o acaso ¿antes lo éramos? Tal vez recorríamos el mundo sin pensar, corríamos hacia todo lugar y veíamos todo lo que se podía ver; sin embargo, siento que recorríamos el mundo sin maravillarnos, creo que corríamos cuando debíamos caminar, y es posible que hayamos creído ver aquello que nunca supimos observar.

Así que contemplando el cielo nocturno me doy cuenta que no son diez estrellas, son miles; y lo que hay afuera, lo que realmente importa, ha estado siempre dentro de mi pecho, aguardando para expresarse despues de haber estado encerrado toda mi vida.

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