Ni buenos días ni leches.

-Mamá…- Rumia desde la puerta de la cocina, con ese aire de posguerra a caballo entre niño legañoso de las Hurdes y protagonista de El Jarama que le confieren ese recién levantar y esas costillitas salientes.

Sonrío por lo que se me viene encima. Algo ha detectado mi atrofiado sexto sentido en esa frase sin contenido todavía pero que ya va prometiendo, y me envía un hormigueo para que me vaya espabilando. Un cambio de inflexión en la voz quizá…

– Porqué Trump tiene tanta manía a los negros si él es naranja?

Ahí lo tenemos. El mes de encierro está causando estragos. Esquivo la pregunta con dificultad, obligándome a mantener la sonrisa, a estas alturas en proceso de acartonamiento. La imagen de Trump me ha pillado en ayunas y ya no tiene remedio. Da igual. Mi hijo no tiene ninguna intención de mantener un diálogo. Sigue con su monólogo y arremete sin compasión ninguna:

– Mis amigos dicen…

    Basta. Me niego. Le lanzo una mirada furibunda, estilo cordero místico de Gante en su inquietante versión 2.0 remasterizada, que lo atraviesa como si se tratase de un holograma. No solo no la ha apreciado, sino que mordisquea la tostada con aire de ensoñación ajeno a todo lo que ha desencadenado. Giro decidida 180 grados y en mi frenética estampida tropiezo con el culo gordo del gato y aterrizo encima del cadáver del que ha debido ser su compañero de farra nocturna, un puerro desmochado antaño lozano cuyo aspecto ahora mismo, si bien aterrorizaría a la estilista de Beyoncé, haría las delicias de cualquier aguerrida steticienne de barrio provista de título CCC, deseosa de grandes retos y más que curtida en estas lides.

    Irrumpe la voz de la moralina, como siempre inoportunamente, entonando un sinfín de frases trilladas sobre los diferentes biorritmos del personal y la relatividad de las cosas, especialmente en época de confinamiento. Es cierto, me reconozco a mí misma mientras me ducho. Mejor aguantar embistes de este tipo que morir desnucado por culpa de un puerro.

    Autorregato con puerro.

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