Cuando
el gallo cantó, ya hacía tiempo que Mireille se había levantado.
No lograba dormir correctamente desde hacía algunos días pero,
extrañamente, no se sentía cansada para nada. Tenía energía, una
energía desbordante de hacer nuevas cosas, de crear. Entonces, desde
que se despertaba, se ponía a pintar y nuevas formas le salían de
los dedos, nuevos colores, nuevos personajes que la miraban y le
pedían que los trajera a la vida. Una día, sintió la necesidad
imperativa de pintar a toda una familia pero cuando comenzó a
hacerlo sólo obtuvo el croquis borroso de un grupo de personas
huyendo. Mireille no comprendía su cuadro, ¿qué quería decir? Lo
dejó entonces de lado y empezó otro. Y de nuevo pintó en éste a
un grupo de personas que atravesaba difícilmente una frontera.
Mireille decidió parar y esperar un momento. Cuando continuó el
cuadro, vio claramente dibujarse en el lienzo la imagen de una mujer
que huía y que llevaba a un bebé en sus brazos. La mujer volteaba
la cara, dirigía su mirada hacia Mireille y le tendía el bebé.
Asombrada, Mireille paró de pintar inmediatamente, cubrió el cuadro
con una tela y decidió irse a acostar.
A
la mañana siguiente, antes de que cantara el gallo, la voz de un
bebé que lloraba despertó a Mireille. Se frotó los ojos, se
estiró, se levantó y se dirigió al taller en donde pintaba sus
cuadros. Cuando miró hacia el suelo, vio a un bebé que lloraba, el
bebé de la mujer del cuadro que huía y que le había tendido a su
bebé. Mireille cogió al niño entre sus brazos, lo llevó a su
cuarto, lo calentó en su cama y le dio de comer. El niño se durmió
inmediatamente y Mireille aprovechó para ir de nuevo a su taller y
observar el cuadro de la familia que todavía no había terminado.
Cuando levantó la tela que cubría el lienzo, se dio cuenta de que
la madre del niño había desaparecido pero que toda la familia había
logrado atravesar la frontera: no quedaba más que un paisaje árido,
devastado por la guerra, desolador.
El
tiempo pasó, el bebé que Mireille cuidaba era cada vez más bello y
feliz. Sólo había algo que comenzaba a cambiar en él: era como si
sus rasgos desaparecieran poco a poco, como si perdiera color, como
si se borrara. Entonces Mireille decidió empezar un nuevo cuadro y
hacer un retrato de él. Pero no lo pintó solo, lo pintó rodeado de
su familia que lo amaba. En el momento en que pintó la última línea
del cuadro, el bebé desapareció del taller de Mireille y penetró
en el cuadro que ésta había concebido para él. Mireille también
desapareció, al amanecer, antes de que cantara el gallo, pues
fabricó otro cuadro en el que se pintó en el fondo, acompañando a
la familia, vigilando al niño que ella misma había creado.
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