Mis mil migraciones

Mis mil migraciones

moisespostigo

16/04/2020

Hacía bochorno y humedad, mucha humedad, aunque fuese medianoche pasada. Un fuerte olor a eucalipto y naturaleza viva me desconcertó. No había acabado aún de desentumecer los huesos y las ideas después de un día y medio de viaje, saltando de avión en avión y del lustre impersonal y climatizado de un aeropuerto al siguiente. Apenas entendía la jerga en que me hablaba el personal de aduanas, aunque se suponía que dominaba el idioma. Como salvoconducto llevaba anotado en un papel el nombre de la profesora de la Universidad que había gestionado mi programa y debía recogerme aquella noche para llevarme a la residencia de estudiantes. Cansado y aturdido, desorientado y a 17,000 kilómetros de casa, mis sentidos habían despertado bastante antes que mis neuronas, quizás porque detectaron instantáneamente que todo aquello era radicalmente desconocido para ellos.

Recuerdo haberme sentido como Michael J. Fox en Regreso al futuro los 45 minutos que duró el trayecto desde el aeropuerto. Sentado en el lado contrario de un coche antiguo y enorme, que conducía una dicharachera sesentona rubia de apariencia inglesa, mientras atravesábamos en la oscuridad de la noche lo que me parecieron bosques interminables salpicados de grupos de casitas bajas aquí y allá. Una chavala pálida y descalza me dio la bienvenida, con una interjección ininteligible, a la puerta de la residencia y me acompañó al único sitio que podría resultarme familiar y predecible aquella noche: mi cuarto.

Inadaptado, incomprendido, incompleto, invisible, fui el chico más “in” durante los años de la Universidad y como rascar la superficie de un mapamundi es más fácil que despejar las telarañas de la autoestima, decidí llevar mi yo en construcción a los confines de mis sueños viajeros. El Graceland de los vagabundos de la tierra, la tierra prometida de sol y libertad: Australia.

Melbourne viene a ser la versión atea del paraíso. Jodidamente tranquila y pacífica hasta el aburrimiento, diversa y libre, desenfadada y desinhibida, hospitalaria, acogedora y opulenta; verde hasta la saturación, extensa e impredecible hasta el punto de haber acunado la expresión “Four seasons in one day”. Todo en Melbourne es facilísimo, menos enamorarse de ella, salvo que seas un santo o un muerto en vida.

Viniendo del confinamiento interno de una inseguridad española de provincias, esta explosión de grandeza, multiculturalidad, extravagancia, aventura y descubrimiento diario fue como vivir veinte años en unos meses, derruir el edificio precario de los miedos y constricciones sociales internas y construir un nuevo palacio de humanidad abierto, libre y optimista; vivir, literalmente, como siempre se ha soñado; tocar la cima del mundo y quedarse allí instalado.

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