La brisa transmitía cual cauce de río, el aroma de aquellos sabores que solo Emilia podía concebir. Aromas a madera y piedra que bajo el fogón rebosante de una portentosa paella, combinaba las exquisiteces del mar con los manjares de nuestra tierra.
El sabroso pollastre que incorporado con la tavella y el garrofón, mantenía expectante hasta al más arisco campesino de esta comarca. Que con el solo hecho de sentir aquel aroma del tomate triturado en aleación con el arroz, marcaba el comienzo de un festín sin igual.
Sería una falta de respeto dejar fuera de tan sabroso banquete, aquellos calamares, gambas y almejas que nuestros mares nos obsequian sin pedir nada a cambio. Que ahogados en un exquisito vino blanco, nos transmite aquel caldo adormecedor, cuya esencia revitalizadora brotará en una segunda celebración entre el campesino labrador y su gran amor. Siendo la luna y las estrellas, los únicos y mudos testigos de tan importante conmemoración.
La mañana siguiente no deja impávidos a los invitados. Con las energías repuestas la cosecha debe continuar. Doña Emilia y las matriarcales del lugar, con sus rostros complacientes transmiten complicidad. Y con delantal en mano renuevan los hábitos y se aprestan a preparar un almuerzo no menos apetitoso que la tan celebrada paella del día anterior.
Un Pisto Manchego en base a vegetales pochados de temporada, con un huevo frito encima. Será en esta ocasión, el gran actor aplaudido por todos quienes quieran tocar el cielo con el paladar. Una gran olla dispuesta a recibir semejante manjar será el centro de encuentro entre hombres y mujeres, que luego de tan larga jornada coronara tan merecido premio.
Solo una brisa sabrosa logra que aquellos momentos tan simples de la vida, sean parte de una esencia llena de olores y encuentros. Y aunque el tiempo pase, permanecerán envueltos como el primer aroma a madera y piedra.
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