Las pesadillas son las únicas que no me dejan. Se han hecho hueco, poco a poco, entre los nudos de mi pelo, quedándose a vivir. Cada noche, se asoman a la ventana de mis sueños y gritan, como si quisieran declarar su amor a la Luna. Han secuestrado a Morfeo y cosido el violáceo bajo mis párpados. Tienen todo tipo de formas, colores y recuerdos. A veces utilizan el desamor para romperme, para meterse por las grietas de mi corazón y recordarme que nunca nadie me quiso lo suficiente como para lamer mis heridas. Desprenden hedor a abandono, mostrando los arañazos en paredes blancas, a Soledad despertándome cada mañana con un susurro. Las noches son mi propia guerra y, a pesar de ser producto de mi subconsciente, mis mentiras me las creo más que las tuyas.

Es ahora, meses después, cuando me doy cuenta de las señales que me advertían de tu huida. De tu ir sin venir. No obstante, sigues ahogado en el poso del café de mis mañanas, en la ginebra de los sábados por la noche. Y los agrias. Ni todo el azúcar del mundo podría salvarme de tu acedía. Tres veces mis delirios han recogido nuestros recuerdos en la última semana y, créeme, he querido escapar más que tú de mis sábanas. Cuando no duermo, quemo tus fotos y a la vez mi corazón. No fuiste mucho, pero sí demasiado. Ya ves, no estaba preparada para besar cada lunar de tu piel mientras tú besabas otros. Ahora tengo una constelación de mentiras tatuadas en el pecho y mi almohada ya no huele a ti, menos mal. Te presentaste como una bonita casa en la que vivir y, sin embargo, te hice rascacielos, permitiéndote llegar a lo más alto. Sin mí, por supuesto. Desde entonces subsisto en la calle, buscando algún corazón en el que poderme estrellar.

Y claro que sé que no vale la pena recordar nuestra pequeña historia de no amor, pero es lo único que me queda después de ahogarme en tequila, no sabes cómo escuece la sal y el limón en las heridas. Ojalá algún día alguien trepe por las enredaderas de tu ego y te recuerde que ni tú eres para tanto, ni yo para tan poco. Ojalá te mires en el espejo y sólo te veas conmigo, porque cuando quieras volver me habré ido, dejando un rastro de migas que te llevarán a la boca de alguna loba.

Me hiciste elegir entre tú o yo y rompí el espejo para hacerme un vestido de dolor que me vistiese las inseguridades. He barrido mis pasos para no encontrarme contigo nunca, quitando el polvo de cada esquina, de cada lugar en el que algún día fuimos nada. Todos los parques que antes llevaban tu nombre ahora tiemblan al verte, no pueden perdonar que los recuerdos me impidan volver. Nunca nadie me ha echado tanto de menos como las estrellas que custodiaban nuestros paseos por mis miedos. La noche que me abandonaste, ellas lloraron más que yo, fueron realistas y supieron que no ibas a volver. Ojalá hubiese sido estrella para saberlo y ojalá hubiese sido tú para matarme a balazos.

Desde entonces, he vuelto a soñar contigo, no voy a mentirte, pero ahora sólo apareces en mis peores noches y en mis mejores pesadillas. Y es que no eres tú, soy yo, que me di cuenta demasiado tarde de que no me iban a querer si yo no me quería, hoy soy yo quien besa mis cicatrices. Bien es cierto que podría seguir tirando piedras a tu tejado, pero considero que mi tiempo, este tiempo, y mis palabras, son lo último que te voy a regalar. Sin rencor, sólo me prometiste una eternidad que, siendo sinceros, nadie me puede dar. Estoy dejándote atrás y están supurando las heridas. Torres más altas han caído y peores ruinas he restaurado.

La última vez que me he despertado, había llovido, fuera y dentro. El Amazonas había recorrido mis costillas, desembocando en el hueco que solía ser mi corazón y el Nilo nacía de mis ojos. El buzón aún contenía todas tus cartas, aunque tú no las habías mandado, ni siquiera las habías escrito, lo hice yo por ti. Me odié yo por ti. Y es que, apenas es mayo y sigo esperando a que una tormenta venga y me limpie de ti, me libere de recuerdos, de miedos, de tu ausencia. La primavera me da una excusa para llorarte, no he conocido peor alergia que a la reminiscencia.

Ven, por favor, a leerme un cuento antes de dormir, que ya no soy princesa, que soy bruja, que tú has dejado de ser príncipe para ser el cazador de mis sombras. Cuídate, que Caperucita sabe defenderse sola, le enseñó la abuelita, cansada de lobos estúpidos que aparentan ser lo que no son para entrar a matar sueños. Tú con las mentiras tan grandes y yo buscando sapos que no se transformen con un beso, que por una vez fingir no sea parte de su forma de ser.

El día que gané fue el día que te perdí. Por entonces, me acordé del “me gusta el arte” que me susurraste entre mis sábanas un tiempo atrás. Ilusa, me creí obra de Van Gogh, sin saber que poco después sólo sentiría el frío que me dejó tu huida. Helada me dejaste. Fuiste un no amor que no me cambió la vida, pero sí la hizo un poquito más cálida. Cuanta ironía.

No voy a morir hoy. No lo hice ayer y no lo haré mañana, porque ya no estás en mi vida. Tu querer era mi muerte y no quise saberlo por no dejar de quererte. Es entonces cuando entiendo que morir no es perder la vida, es perder el tiempo y contigo ya lo hice lo suficiente. Ojalá algún día escriba con ojos de loca enamorada que grita al sol para que salga, ojalá alguien esté dispuesto a recorrer mis curvas y perderse por las marcas de mi piel. Ojalá alguien alguna vez te bombardee como tú lo hiciste conmigo, y te des cuenta de que las guerras se ganan haciendo el amor y no destruyéndolo.

Prometo no volver a girarme para perder mi sonrisa en tus ojos, ni siquiera mencionaré tu nombre a mi almohada. Te he tachado de mi lista de cosas por olvidar.

Termino ya, que no queda más alcohol y Neruda está esperándome en la cama. Mañana recibiré esta carta en mi buzón, recordándome que jamás tuve que venderle mi corazón a quien lo quiso de saco de boxeo y no de abrigo.

Cuídate, que yo voy a curarme.

PD: acabo de ver salir a las pesadillas por la puerta, parece ser que el problema eras tú.

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